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La cultura contemporánea es muy compleja. Su proximidad, su diversidad y la gran capacidad de creación y comunicación que caracterizan al mundo actual convierten la realidad cultural en la que vivimos en un fenómeno inabarcable.
Los medios de comunicación en general e Internet en particular producen una difusión masiva de corrientes culturales y estereotipos sociales. En poco tiempo, una forma cultural concreta, surgida en un entorno restringido, se convierte en un fenómeno de masas cuyas señas de identidad aparecen en televisión, se reflejan en el cine o ganan adeptos en las redes sociales de Internet.
La cultura tradicional se diluye en modelos transmitidos por los medios de comunicación, que suelen reflejar formas de vida anglosajonas. La cultura oficial, la políticamente correcta, con sus propios rasgos de comportamiento y sus propias manifestaciones externas, se mezcla con movimientos llamados contraculturales que tienen su plasmación en la música, el arte, la moda, la literatura…
Hace ya muchos años que el cine se bautizó como el séptimo arte y que la fotografía ocupa un merecido espacio en las galerías.
La irrupción de las tecnologías en el arte convierte muchas salas contemporáneas en muestras cibernéticas en las que los elementos plásticos ya no son la piedra o las pinturas, sino las luces, los colores y los sonidos.
En este entorno cultural que nos ha tocado vivir cobra sentido una unidad didáctica como esta. El acercamiento a las manifestaciones artísticas actuales ha de hacerse con curiosidad, la suficiente para saber si lo que estamos viendo nos dice algo, nos transmite alguna emoción, provoca en nosotros algún sentimiento, por simplificarlo mucho, nos gusta o no nos gusta, sabiendo que nada es gratuito, que todo ha partido de una idea previa, de la intención comunicativa de la que nace cualquier obra de arte.