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Con décadas de abandono y buena parte de la población subsistiendo en caserones olvidados, el Casco Viejo empezó a recibir pinceladas de decoro a mediados de los años 80 del siglo XX, cuando el Gobierno rehabilitó algunas plazas, edificios e iglesias.
Cuando estalló la crisis sociopolítica en el período 1985-1989, otra vez el barrio quedó a su suerte, y el panorama no cambió sino hasta 1997, cuando se aprobó una ley de incentivos para la restauración de propiedades. Finalmente, en 1998, la Unesco lo declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Lo hecho, lo pendiente
Con un total de 865 fincas, el ritmo de restauración actual en el Casco Viejo es bueno, dice el director de la Oficina del Casco Antiguo (OCA), Ariel Espino.
Aún así –y según estadísticas de 2007– apenas el 13% (114) de los inmuebles ha sido restaurado, mientras que 74% son edificios públicos sin intervenir, abandonados, lotes baldíos o viviendas ocupadas sin restaurar.
“Las casas en mal estado tienen que ver con el ritmo de inversión”, dice Espino. Se relaciona, también, con la especulación que ha afectado la velocidad de las restauraciones.
Porque como confirma Patricia Pinzón, gerente de ventas de Arco Properties, el “gran mal” del Casco Viejo es la especulación. “Gente que compró para restaurar, pero nunca lo ha hecho”, explica.
Aún así, los proyectos que le dan nueva cara al primer barrio de la ciudad se extienden ya hasta calle 13, principalmente restauraciones de viviendas de interés social realizadas por el Gobierno.
Algunas de estas viviendas rescatadas son la Boyacá, la Casa Rosada, San Felipe Neri y la Elsa Salazar. En construcción están la Casa Amarilla, la Casa Nueve y la Casa Francia.
La idea es darles alternativa a los viejos residentes; aquellos que puedan pagar y cumplan con esa responsabilidad.
Es que, como dice Pinzón, aunque al principio se trató solamente de rescatar y preservar el patrimonio arquitectónico, también ha sido importante conservar su patrimonio humano.
Pero para Heriberto Trejos, de la Fundación Calicanto, hace falta todavía que las organizaciones y entidades que tienen programas sociales en el barrio trabajen con más armonía y de forma consistente.
“Todavía hay una deuda”, recalca, sobre todo con los niños. “Les faltan opciones en el tema del deporte, del arte, y hay que darle seguimiento a su situación familiar”, agrega.
Lo mismo piensa Hildegard Vásquez, arquitecta y restauradora de Hache Uve S.A. “La idea es ir construyendo la comunidad en donde todos quieran vivir”, recalca.
Por el lado de la infraestructura, hay que arreglar varias de las calles, ir soterrando el cableado eléctrico a medida que avancen las restauraciones, y separar el alcantarillado pluvial del sanitario.
Los costos de este último proyecto se sabrán a finales de este año, dijo Espino. Entonces se buscará cómo financiarlo.
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