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Fue alrededor de 1890 cuando el lema del Porfiriato “poca política y mucha administración”, cobró
pleno sentido. En ese momento, el General Díaz había logrado subordinar a su persona al resto de
los poderes federales, controlar la designación y funcionamiento de buena parte de los locales y
someter, mediante los jefes políticos, a las autoridades municipales. Es también en esos años
cuando había logrado constituir buena parte de las clientelas empresariales nacionales y encontrar
las vías para acordar con las extranjeras.
En un contexto político y económico así, a Díaz le correspondía, efectivamente, diseñar y conducir la política. Él decidía las grandes acciones que debían acometerse y, en general, el modo en que debía hacerse, mientras que mientras que a los
legisladores correspondía darles forma.
Las administraciones federal y locales debían, a su vez, ejecutar sus directrices. Si Díaz concentraba legitimidad, poder y decisión y ello es lo propio del
ejercicio político, es claro por que reclamaba para sí y prohibía para los demás, el ejercicio de la política; si sus decisiones requerían para ser de una eficiente ejecución, resulta obvio también por qué exigía mucha administración.
En un contexto político y económico así, a Díaz le correspondía, efectivamente, diseñar y conducir la política. Él decidía las grandes acciones que debían acometerse y, en general, el modo en que debía hacerse, mientras que mientras que a los
legisladores correspondía darles forma.
Las administraciones federal y locales debían, a su vez, ejecutar sus directrices. Si Díaz concentraba legitimidad, poder y decisión y ello es lo propio del
ejercicio político, es claro por que reclamaba para sí y prohibía para los demás, el ejercicio de la política; si sus decisiones requerían para ser de una eficiente ejecución, resulta obvio también por qué exigía mucha administración.
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