• Asignatura: Química
  • Autor: andrelizz
  • hace 9 años

PORFA AYUDENME CON UN POEMA SOBRE LA RECREACION :D

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Respuesta dada por: mattewandy
1
EL PASEO 
Jordi Doce. 

Arrecia en mí la vida con las primeras sombras. 
Al término del día, concluida la tarea, 
cuando la luz se inflama, anaranjada, 
en muros y parterres, 
cuando el limpio negror de la pizarra 
finge la transparencia de un espejo 
que baña por igual a cuervos y gaviotas, 
algo insiste en mi ánimo, 
algo que azuza y dicta en mi silencio 
con urgencia inequívoca. 
Semejante al deseo, aunque desnuda 
de su terca ceguera, 
esa voz me conmina al desconcierto. 
Con la chaqueta puesta, 
abstraído testigo de mis pasos, 
desciendo la escalera. 
La frescura del aire de septiembre 
da en mi rostro y aviva 
la quietud suburbana 
que he aprendido, al fin, a llamar hogar: 
setos que encierran mínimos jardines, 
visillos cuya tenuidad suaviza 
esta fuga infinita de fachadas. 
Su nada no es hostil: 
más bien, permite ampliar el laberinto 
con que la soledad, atenta, nos regala. 
La calle es una ayuda, 
la escena pertinaz de mi impaciencia. 
Sus porches y ventanas 
donde nadie se asoma, 
donde la luz husmea, tangencial, 
ciñendo el revolar de los gorriones, 
sirven de guía al círculo vicioso 
del pensamiento. Sigo su trayecto: 
el destino soy yo, la imposibilidad 
de hurtarme a la conciencia que me piensa. 
Camino, me contemplo caminar 
por esta red de calles en penumbra, 
y vuelvo a ser el fruto 
de una disociación: el gozo de vivir, 
la seca lucidez que me consume. 
Arriba, sobre el negro fulgente de las tejas, 
el cielo es un añil ultramarino. 
Lo descubren mis ojos por azar, 
llamados por el grito de los patos. 
Inquietos, se diría que escapan de la noche. 
O que corren con prisa su telón. 
Su rectitud me asombra, 
el fiel automatismo del instinto 
apuntalando las generaciones: 
son, están en su mundo, 
nada puede apartarlos del centro en que respiran. 
Por contraste, su sinrazón nos niega, 
desmiente cuanto somos y aprendemos a ser. 
La flor, el animal, son símbolos, no metas: 
si crecen sin error, no es por libre albedrío. 
Vira la luz a púrpura, de pronto. 
Abstraído testigo de mis rondas, 
me sorprendo en la orilla del pantano, 
junto al puente de hierro y los juncales. 
En la plata rugosa de sus aguas 
mi rostro no es mi rostro 
sino el de alguien, mudo, 
que al mirarse me piensa. 
Estoy entre dos centros, soy el tránsito 
entre el gesto que es y el gesto que percibo. 
En ese hueco están mis muchos tiempos, 
las posibilidades de una vida, 
incluso si vivir es la amargura 
que anticipa su término. 
Llegado a la raíz del laberinto 
–yo mismo–, 
no dudo al elegir la voz de los sentidos, 
el temblor insidioso que recorre mi sangre. 
En la otra orilla, un bastidor de chopos 
hurta la luz final del día, y en las aguas 
el viento eriza espumas fantasmales, 
volutas del otoño que no llega. 
Las sombras se apelmazan. 
Arrecia en mí la vida y me confirma. 
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