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En la Europa del Siglo XIX el número de horas laborales era muy variable, con condiciones muy precarias en función de la actividad que se desarrollaba, llegando a durar incluso hasta 15 horas por día de labores.
Conforme avanzaba el siglo, la duración de las jornadas laborales fue disminuyendo, hasta llegar a darse una jornada laboral de ocho horas de trabajo por día, durante 6 días a la semana, quedando un día de asueto para los obreros, sin embargo dicho avance tardó décadas en expandirse a todo el continente.
Conforme avanzaba el siglo, la duración de las jornadas laborales fue disminuyendo, hasta llegar a darse una jornada laboral de ocho horas de trabajo por día, durante 6 días a la semana, quedando un día de asueto para los obreros, sin embargo dicho avance tardó décadas en expandirse a todo el continente.
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