Leo nuevamente el cuento de los merengues de julio Ramón Ribeiro y escribo su resumen y mi apreciación

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Respuesta dada por: AquilesRespondo
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"Los Merengues" de Julio Ramón Ribeiro es un cuento que relata las vivencias de su protagonista, Perico, quien anhela probar los merengues de la pastelería por la que pasaba todos los días, y a la cual asistían muchas personas de la alta sociedad, así como sus niños. El dueño de la pastelería ya tenía reconocido al muchacho, así que cada vez que lo veía lo echaba.

Perico era constantemente humillado por el panadero de la tienda de merengues y sus trabajadores, quienes no le trataban como una persona ordinaria, sino como a un pordiosero o un animal de la calle. Le lanzaban comida y echaban de la tienda solo por ser humilde, y se generaron una idea errada de que el pequeño era una molestia de forma tal, que cuando Perico incluso tenía el dinero para comprarse sus merengues, lo ignoraron al hacer su pedido y lo echaron nuevamente.
Respuesta dada por: RobloxianFreeFire
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Extrayendo la bolsita de cuero, contó una por una las monedas -había aprendido a contar jugando a las bolitas- y constató, asombrado, que había cuarenta soles. Se echó veinte al bolsillo y guardó lo demás en su sitio. En aquellos callejones de Santa Cruz, las puertas constantemente permanecen entreabiertas y los vecinos poseen caras de sospechosos.  

¿Cuánto tiempo hacía que los observaba por la vidriera hasta sentir una salvación amarga en la garganta? Hacía ya diversos meses que concurría a la pastelería de la esquina y solamente se contentaba con ver.  

-¡Quita de acá, chico, que incomodas a los clientes!  

Y los consumidores, que eran hombres gordos con tirantes o féminas antiguas con bolsas, lo aplastaban, lo pisaban y desmantelaban bulliciosamente la tienda.  

Sin embargo no era el pan de yema ni los alfajores ni los piononos lo cual le atraía: él únicamente amaba los merengues.  

Una vez que alcanzó la pastelería, había varios consumidores ocupando todo el mostrador. Ahora no sentía vergüenza alguna y el dinero que empuñaba lo revestía de determinada autoridad y le daba derecho a codearse con los hombres de tirantes.  

¿Ya estás aquí? ¡Vamos saliendo de la tienda!  

Ciertos lo miraban, intrigados, puesto que era hasta cierto punto sorprendente ver a un rapaz de dicha cabaña mercar tan empalagosa golosina en tamaña proporción. Perico quedó algo desconcertado, sin embargo estimulado por un sentimiento de poder repitió, en tono imperativo:  

-¡Veinte soles de merengues!  

El dependiente lo identificó esta vez con cierta perplejidad empero continuó despachando a los otro parroquianos.  

– insistió Perico excitándose- ¡Quiero veinte soles de merengues!  

-¡A ver, enséñame la plata!  

Sin poder disimular su orgullo, echó sobre el mostrador el puñado de monedas.  

-¿Y deseas que te dé todo lo mencionado en merengues?  

-Sí –replicó Perico con una convicción que despertó la carcajada de ciertos circunstantes.  

-Buen empacho te vas a ofrecer –comentó alguien.  

Al mirar que era visto con cierta indulgencia un poco lastimosa, se sintió abochornado.  

-Deme los merengues- empero esta vez su voz había perdido vitalidad y Perico comprendió que, por causas que no alcanzaba a explicarse, estaba pidiendo casi un favor.  

-Mi madre.  

Extendió la mano hacia el dinero y lo ha sido retirando poco a poco. Empero al notar los merengues por medio de la vidriería, renació su quiero, y por el momento no exigió sino que suplicó con una voz quejumbrosa:  

-¡Deme, puesto que, veinte soles de merengues!  

Al mirar que el dependiente se acercaba airado, rápido a expulsarlo, repitió conmovedoramente:  

-¡Aunque sea 10 soles, nada más!  

El empleado, entonces, se inclinó por arriba del mostrador y le entregó el cocacho acostumbrado sin embargo a Perico le pareció que esta vez llevaba una fuerza definitiva.  

-¡Quita de acá! ¿Estás loco? ¡Anda a hacer bromas a otro lugar!  

Le pareció en aquel instante difícil restituir el dinero sin ser descubierto y maquinalmente ha sido arrojando las monedas una a una, haciéndolas tintinear sobre las rocas. Al realizarlo, iba pensando que aquellas monedas nada valían en sus manos, y en aquel día cercano en que, enorme ya y horrible, cortaría la cabeza de todos aquellos hombres, de todos los mucamos de las pastelerías y hasta de los pelícanos que graznaban indiferentes a su alrededor.

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