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Es imposible no enamorarse de las estrechas callecitas adoquinadas en el barrio latino; sentarse en cualquier banco del Parque de Luxemburgo a leer sin antes admirar sus flores y sus fuentes de agua; sentir la brisa del río Sena en la cara o contemplar la ciudad de noche desde la cima de la Torre Eiffel sin emocionarse. Cómo no envidiar sanamente a los parisinos afuera de los café, compartiendo largas charlas y una copa de vino, saboreando cada sorbo y cada palabra. París es una fiesta.
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