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Nunca he entendido muy bien la clasificación de literatura juvenil, admito que a edades tempranas ciertas lecturas, ya sea por temática, ya sea por lo complejo de su escritura y planteamientos, pueden quedar lejos de la plena comprensión de lectores aún no del todo formados, pero lo que desde luego es más que evidente que traspasada cierta edad, no especialmente tardía, cualquier lectura está al alcance de cualquiera. Vale, exagero, hay cosas que no hay quien se las lea, tenga los años y experiencia que tenga, pero ese es otro tema del que ya he dado mi opinión repetidas veces.
Desde ese punto de vista la literatura juvenil se me hace un poco extraña. ¿Qué la diferencia del resto? ¿Unos personajes más identificables por sus teóricos lectores? ¿Un lenguaje más directo y un tratamiento blanco de los temas más escabrosos? No se que decir, en la literatura popular esas consideraciones nunca se tuvieron: a la madre de Bambi se la cargan de un tiro muy explícito, eso si, en una elegante elipsis, por otro lado bastante habitual hasta en el cine de gagnsters de la época, los cuentos infantiles de siempre están llenos de asesinatos, canibalismo y violencia explícita. Sin embargo hoy día el cuento ha cambiado hasta tal punto que el día menos pensado hasta Pocoyo puede ser denunciado por alguna de esas asociación de padres ojo que a mi niño no se le traumatiza ni con leche caliente como peligroso gamberro perturbador de mentes infantiles.
Donde quiero llegar es que la inmensa mayoría de la producción literaria mundial está al alcance de las tiernas mentes juveniles, y de entre los lectores más talluditos de este opúsculo que levante la mano quien se iniciara en la lectura con obras clasificadas claramente como juveniles (vale, exceptuemos a don Julio), ahora de entre todo el público general, que se levante quien no se ha sorprendido tras la lectura de una novelita sorprendentemente disfrutable al comprobar que estaba catalogada como literatura juvenil.
Pues eso me ha pasado a mi con EL MISTERIO DE LA MUJER AUTÓMATA. El libro no es reciente, su primera edición en El barco de vapor es de 1991, pero gracias a la ambientación ligeramente steampunk y al deliberado arcaísmo de su lenguaje se puede mantener indefinidamente fresca. Se trata de la peripecia del automatista Hans Helvetius, constructor de los más refinados autómatas en los principios del siglo XIX. Helvetius es tan famoso como reservado y apenas se deja ver en la puesta en marcha de sus fantásticas creaciones, que son casi indistinguibles de un ser humano corriente y moliente. Trabaja en un amplio taller ubicado en un discreto rincón de París, y ahí es donde sus clientes le hacen llegar los encargos. Alrededor de uno de esos encargos gira la novela.
Julien Barois, abogado representante de un misterioso cliente, transmite a Helvetius la petición de éste. Debe construir un autómata femenino, un androide, en base al patrón de una figura de cera que le será proporcionada en su momento. Sin embargo Helvetius es reacio a aceptar. Barois insiste en que su cliente quiere comprar el androide, quedárselo en propiedad, pero Helvetius no vende, solo alquila sus creaciones y las recupera cuando lo considera oportuno. La oferta económica es desorbitada, incluso para los ya de por si elevados precios de los productos de Helvetius, que sigue negándose a aceptar. Finalmente Barois se ofrece a enviarle la figura de cera, sin ningún compromiso, para que lo piense con más calma.
A partir de ese momento se suceden una serie de hechos a cual más misterioso que desconciertan tanto a Helvetius como a la policía parisina, puesta a investigar el asunto gracias a las influencias del automatista entre las altas esferas políticas y judiciales, y la innegable excepcionalidad de los sucesos que hacen sospechar que el asunto tiene tintes muy turbios.
Joan Manuel Gisbert consigue ante todo recuperar el ambiente decimonónico de las aventuras de Auguste Dupin: sucesos inexplicables en habitaciones cerradas, desapariciones misteriosas, y no solo de personas u objetos ¡incluso de algunos minutos que dejan de transcurrir como por arte de magia! Todos ellos investigados con la tenacidad incasable del aparato policial francés y narradas con ese lenguaje formal y elaborado de la literatura de la época.
Siendo estrictos, y aunque la obra se aprovecha de parte de la parafernalia steampunk, considerarla como de pura ciencia-ficción puede ser, quizá, algo exagerado, aunque considerar los androides algo propio de la Francia post-napoleónica no es algo precisamente histórico.
En cualquier caso, una lectura entretenida para quienes disfruten con las novelas de misterio y no menos evocadora respecto a las posibilidades de los autómatas que fabrica Helvetius.