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La Iglesia nunca ha renunciado a decir la palabra que le corresponde acerca de las cuestiones de la vida social. Es una voz dirigida a las comunidades cristianas y especialmente a los laicos y laicas, llamados como recuerda el Concilio Vaticano II a ocuparse de las realidades temporales según Dios (cf. Lumen Gentium, 31).
Conocer a fondo y saber cómo actuar y comprometerse en la vida pública es una tarea tanto imprescindible como compleja. La doctrina social de la Iglesia nos permite juzgar los cambios de nuestra sociedad a la luz de la fe y de la sensibilidad cristiana en temas tan complejos como la militancia política, el servicio al bien común, las participación en la sociedad y en la cultura, el compromiso en el mundo del trabajo y de la empresa, la acción contra la pobreza y la marginación...
Así es como el pueblo cristiano encuentra ayuda para discernir valores auténticamente cristianos en medio de una sociedad abierta y plural. Saber guiarse en medio de ese "mar" de opciones y compromisos es un aporte que podemos y debemos recibir de la Doctrina social de la Iglesia. Así lo recordaba Juan Pablo II a la hora de definir la misión de la Iglesia y de las comunidades en su tarea evangelizadora:"El cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas y particularmente en la nuestra - como recordaba en mi primera encíclica programática - es "dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo" (Redemptoris missio nº4).
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