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Al inicio del siglo XV, a la orden que los efectos de la crisis se reducían, Europa emprendió a percibir cierta reparación, que se declaró en varios aspectos. En primer lugar, la urbe comenzó a progresar nuevamente.
Uno de los elementos que auxiliaron a ello fue la rebaja de las guerras y los contagios que habían arrasado el continente durante el siglo XIV. Al mismo tiempo, al acrecentar la localidad, la petición de productos agrícolas y la cantidad de mano de obra utilizable para los trabajos rurales fueron mayores.
Además la elaboración agrícola se vio beneficiada por unos avances técnicos y por la inscripción a la agricultura de tierras que habían sido dejadas durante la crisis. El acrecentamiento de la producción agrícola fue escoltado por un crecimiento de las manufacturas y las actividades comerciales.