Nombra los principales conventillos de la boca

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Los conventillos de La BocaPublicado el 17.06.13 

Mareas humanas arribaron a las costas de Buenos Aires a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Eran inmigrantes dispuestos a trocar mano de obra y sacrificio por algo de bienestar. La ciudad, apretada en el centro urbano, comenzó a expandirse. Creció en todos los sentidos gracias al tendido de vías. Muchos recién llegados se instalaron en La Boca a partir de septiembre de 1870, cuando el empresario Federico Lacroze puso en funcionamiento el tranvía que llegaba a ese barrio desde Plaza Once.

Por su destreza en la actividad portuaria, los genoveses se hicieron dueños de la zona. Como en otros barrios, el déficit habitacional encontró una precaria solución en las casas de inquilinato. Se llamaron conventillos por la similitud con los conventos, debido a las pequeñas celdas donde viven los monjes. Para que fuera un conventillo, una casa debía cumplir ciertos requisitos municipales: ser hogar de por lo menos cinco familias y contar con baños, lavatorios, letrinas y lavaderos comunes. Aclaremos -por más que el verbo aclarar no sea el más adecuado- que las cloacas recién llegaron a La Boca en 1893.

La norma municipal establecía que los cuartos de los conventillos no podían tener menos de 12 m2 y 3,5 m de altura. Cada familia se apretujaba en el mismo cuarto que a veces se dividía con biombos o cortinas. Los patios eran el centro de reunión general. Allí convergían los inquilinos y se enteraban de todo lo que pasaba en el inquilinato. Por eso al chismoso se lo llama conventillero.

A diferencia de los conventillos de otras zonas, los que hubo en La Boca se construyeron con maderas y chapas de cinc. La ausencia de higiene y de intimidad era tan comunes como el baño para todos. Para entender la magnitud, en 1904 más de 16000 personas vivían en los 331 conventillos de La Boca. La superpoblación de Buenos Aires llegó a tal punto, que hubo temporadas en las que uno de cada cinco habitantes de la ciudad vivía en casas de inquilinato. Esa es razón más que suficiente para que este tipo de patrimonio arquitectónico sea tan valorado como lo son las mansiones del 1900.

 

Esta entrada fue publicada en Arquitectura, Porteñas, Siglo XX por Daniel Balmaceda, y etiquet
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