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10
Había sido un día caluroso y ahora estaba puesto el tiempo y el viento gemía tristemente y las ramas de los árboles se agitaban con repentina violencia y se oían los truenos severos rodando lejos por el cielo. Sin embargo, el suelo permanecía seco y tibio porque no había llovido en muchos meses y la piedra desde la que vigilaba despedía un calor agradable.
Tan inmóvil como la piedra, ella había estado mirando buen rato hacia la cabaña. No sabía por qué. Sólo sabía que cuando el hombre bajó los escalones y caminó hacia el galpón y la mujer se quedó en el corredor con el niño en los brazos, ella tuvo que detenerse en su excursión de caza y mirar hacia la mujer y el niño, y que su cabeza había comenzado a oscilar como un fusil que apunta hasta quedar a ras del piso de la cabaña donde estaban los pies de la mujer. Algo después, cuando la mujer entró, su cuello como de cera fue depositando lentamente la cabeza sobre la arena tibia. Entonces sintió que en las fauces se le inquietaban los curvos colmillos y que segregaba con mayor abundancia su veneno en las bolsitas receptoras que pronto empezó a sentir bastante cargadas.
Así estuvo largo rato vigilando detrás de la piedra, mientras el veneno rezumaba secretamente. Oía por el suelo el ruido de carpintería que hacía el hombre en el galpón y por la lengüita bifurcada que palpaba el aire percibía de la cabaña un crepitar inaudible que ocurría en las maderas que se resecaban en el sol.
Así estuvo largo rato -el cuerpo en 8 y la cabeza sobre la arena mientras la lengua palpaba el aire intermitentemente.
Poco a poco cesó el viento y los truenos se fueron alejando. El sol comenzó a declinar hacia las lejanas lomas del oeste y vino un sosiego al lugar y un lado de la cabaña y los árboles tomó sombra y la hierba seca y la tierra se volvieron del color de su piel.
Y así, con la fatalidad del día que termina, llegó el momento en que desde atrás de la piedra ella comenzó a ¬huir espesamente y en silencio cruzó el claro de la cabaña con un suavísimo movimiento que sólo podía vérsele a los costados como el viento cuando pasa sobre los trigales.
Se desplazó de una manera impecable, y fue sólo cuando llegó a los escalones y se revolvió en una rápida vuelta y se enrolló apretadamente en el recodo que hacían con el zócalo, cuando sacudió la punta de la cola donde sus ocho crótalos vibraron con un chischeo seco y corto, lleno de melancolía y de misterioso imperio.
Mas no se detuvo allí sino el tiempo necesario para tomar respiro y apreciar la nueva situación.
Subió en seguida por un lado de los escalones, como creciendo, y se deslizó por el piso del corredor y pasó apretadamente por debajo de la puerta.
Adentro se detuvo completamente.
Aquella sombra fresca le era extraña. Por la lengua y por los ojos percibió la luz que había en la sombra, el silencio que reposaba entre los muebles quietos, la tenue humedad; separó los olores que permanecían allí después del almuerzo de ese día y aun captó otros, más pungentes, que parecían originarse en una habitación contigua; oyó y constató la inalterabilidad de un goteo de agua que venía de más lejos y que no podía ver y oyó los últimos truenos que se alejaban. Reunió después todas estas sensaciones dispersas y se las reservó y las puso a trabajar en su interior hasta que su sangre se tranquilizó y pulsó acompasadamente otra vez.
Entonces los ojitos opacos le brillaron un poco, como si alguien de un soplo los hubiese desempolvado, la lengua palpó el aire en los sitios clave y la cola sacudió sus crótalos con confianza, casi al mismo tiempo que se oyó un suave y acompasado ronquido que venía del cuarto de al lado.
Avanzó sin proponérselo. Pero esta vez se desplazaba por el piso con el cuello retraído en una profunda curva, lista para golpear, mientras el resto de su cuerpo se desenvolvía en una larga línea recta.
La otra habitación parecía tener más cosas adentro y tuvo que detenerse otra vez para tomar nota del sitio antes de seguir. Se veían muchas patas de muebles y objetos pequeños por el suelo. Levantó entonces un poco la cabeza, atraída por unas vibraciones muy fuertes, y vio al niño. Estaba parado y en pañales y se agarraba con las manos al borde de la cuna. Brincaba sobre el colchoncito cuyos resortes hacían un rítmico chirrido.
Se estaba muy callado un momento y en seguida comenzaba a lalear alegremente, más recio cada vez, mientras brincaba sobre el colchón y hacía movimientos torpes con un brazo fuera de la cuna tratando de alcanzar con la mano un osito que estaba patas arriba en el suelo.
no me se mas
Tan inmóvil como la piedra, ella había estado mirando buen rato hacia la cabaña. No sabía por qué. Sólo sabía que cuando el hombre bajó los escalones y caminó hacia el galpón y la mujer se quedó en el corredor con el niño en los brazos, ella tuvo que detenerse en su excursión de caza y mirar hacia la mujer y el niño, y que su cabeza había comenzado a oscilar como un fusil que apunta hasta quedar a ras del piso de la cabaña donde estaban los pies de la mujer. Algo después, cuando la mujer entró, su cuello como de cera fue depositando lentamente la cabeza sobre la arena tibia. Entonces sintió que en las fauces se le inquietaban los curvos colmillos y que segregaba con mayor abundancia su veneno en las bolsitas receptoras que pronto empezó a sentir bastante cargadas.
Así estuvo largo rato vigilando detrás de la piedra, mientras el veneno rezumaba secretamente. Oía por el suelo el ruido de carpintería que hacía el hombre en el galpón y por la lengüita bifurcada que palpaba el aire percibía de la cabaña un crepitar inaudible que ocurría en las maderas que se resecaban en el sol.
Así estuvo largo rato -el cuerpo en 8 y la cabeza sobre la arena mientras la lengua palpaba el aire intermitentemente.
Poco a poco cesó el viento y los truenos se fueron alejando. El sol comenzó a declinar hacia las lejanas lomas del oeste y vino un sosiego al lugar y un lado de la cabaña y los árboles tomó sombra y la hierba seca y la tierra se volvieron del color de su piel.
Y así, con la fatalidad del día que termina, llegó el momento en que desde atrás de la piedra ella comenzó a ¬huir espesamente y en silencio cruzó el claro de la cabaña con un suavísimo movimiento que sólo podía vérsele a los costados como el viento cuando pasa sobre los trigales.
Se desplazó de una manera impecable, y fue sólo cuando llegó a los escalones y se revolvió en una rápida vuelta y se enrolló apretadamente en el recodo que hacían con el zócalo, cuando sacudió la punta de la cola donde sus ocho crótalos vibraron con un chischeo seco y corto, lleno de melancolía y de misterioso imperio.
Mas no se detuvo allí sino el tiempo necesario para tomar respiro y apreciar la nueva situación.
Subió en seguida por un lado de los escalones, como creciendo, y se deslizó por el piso del corredor y pasó apretadamente por debajo de la puerta.
Adentro se detuvo completamente.
Aquella sombra fresca le era extraña. Por la lengua y por los ojos percibió la luz que había en la sombra, el silencio que reposaba entre los muebles quietos, la tenue humedad; separó los olores que permanecían allí después del almuerzo de ese día y aun captó otros, más pungentes, que parecían originarse en una habitación contigua; oyó y constató la inalterabilidad de un goteo de agua que venía de más lejos y que no podía ver y oyó los últimos truenos que se alejaban. Reunió después todas estas sensaciones dispersas y se las reservó y las puso a trabajar en su interior hasta que su sangre se tranquilizó y pulsó acompasadamente otra vez.
Entonces los ojitos opacos le brillaron un poco, como si alguien de un soplo los hubiese desempolvado, la lengua palpó el aire en los sitios clave y la cola sacudió sus crótalos con confianza, casi al mismo tiempo que se oyó un suave y acompasado ronquido que venía del cuarto de al lado.
Avanzó sin proponérselo. Pero esta vez se desplazaba por el piso con el cuello retraído en una profunda curva, lista para golpear, mientras el resto de su cuerpo se desenvolvía en una larga línea recta.
La otra habitación parecía tener más cosas adentro y tuvo que detenerse otra vez para tomar nota del sitio antes de seguir. Se veían muchas patas de muebles y objetos pequeños por el suelo. Levantó entonces un poco la cabeza, atraída por unas vibraciones muy fuertes, y vio al niño. Estaba parado y en pañales y se agarraba con las manos al borde de la cuna. Brincaba sobre el colchoncito cuyos resortes hacían un rítmico chirrido.
Se estaba muy callado un momento y en seguida comenzaba a lalear alegremente, más recio cada vez, mientras brincaba sobre el colchón y hacía movimientos torpes con un brazo fuera de la cuna tratando de alcanzar con la mano un osito que estaba patas arriba en el suelo.
no me se mas
castorsolo28:
dije ANALISIS CORTO
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