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En 1616, el cardenal Belarmino, inquisidor del Santo Oficio, el mismo que había dirigido el proceso contra el filósofo Giordano Bruno, que fue quemado vivo en la hoguera, ya había amonestado a Galileo por tratar de defender el copernicanismo y por poner en duda la representación tradicional del mundo. El 22 de junio de 1633, Galileo fue obligado a pronunciar de rodillas la abjuración de su doctrina ante la comisión de inquisidores, bajo las órdenes del papa Urbano VIII, que había sido su amigo. El dramático episodio de la abjuración de Galileo, un enfrentamiento entre la ciencia y la religión, se produjo en una sala del convento dominico de Santa Maria sopra Minerva, en Roma. La Inquisición quería que Galileo se retractara y considerara su modelo una simple hipótesis matemática. La pena fue conmutada y fue condenado a vivir bajo arresto domiciliario, pero Galileo permaneció fiel a su método hasta su muerte, en 1642, año en que nació Isaac Newton.