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Rodrigo Diaz de Vivar ,ademas de una FIGURA HISTORICA,El Cid (Rodrigo Díaz de Vivar) (c. 1043-1099), caballero castellano, fue uno de los mitos más destacados que la edad media legó a la cultura española.
Nació en el seno de una pequeña familia de la nobleza castellana hacia 1043. El término ‘Cid’ deriva de la transcripción del árabe sayyid, que significa amo o señor. Al servicio de Sancho II (1065-1072), desempeñó un papel fundamental.
El Cid, conocido también con el sobrenombre de Campeador, contribuyó a resolver el litigio fronterizo con el reino de Navarra al vencer en un duelo judicial a Jimeno Garcés. Contra Alfonso VI de León, participó en diversas batallas y en el asedio de Zamora, donde murió asesinado su señor. Tras la muerte de Sancho II, el reino de Castilla pasó al monarca leonés Alfonso VI, sobre quien recaía la sospecha de haber participado en el asesinato del Rey castellano. Por ello, Alfonso VI fue obligado a prestar un juramento expurgatorio en Santa Gadea de Burgos delante de El Cid.
En 1074, Díaz de Vivar se casó con Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo. Al servicio del nuevo rey Alfonso VI, El Cid fue comisionado para cobrar las parias del reino taifa de Sevilla, labor que ejerció enfrentándose incluso al conde de Nájera, García Ordóñez. Agradecido por ello, al-Mu’tamid de Sevilla pagó las parias debidas y añadió una cantidad para entregar a Rodrigo como premio personal a su actuación. Este hecho, unido al prestigio militar de El Cid, causó la primera ruptura entre éste y su monarca.
Convertido en un desterrado, Rodrigo entró al servicio de Yusuf al-Mu’tamin de Zaragoza y derrotó al rey aragonés Sancho I Ramírez. La invasión almorávide y la derrota de Alfonso VI en Sagrajas (1086) propiciaron un nuevo acercamiento entre Rey y vasallo, a quien se le encargó la defensa de la zona levantina. Sin embargo, en el sitio de Aledo (1089-1092), El Cid acudió con demora a ayudar a las tropas reales, lo que provocó su segundo extrañamiento del monarca. Asentado en el Levante peninsular, intervino en Valencia en nombre propio, esforzándose por construir un señorío personal. Derrotó progresivamente a sus competidores en esta zona, e incluso apresó al conde de Barcelona, Berenguer Ramón II (1090). Una nueva presión de los almorávides propició otro acercamiento del rey Alfonso VI, cuyos ejércitos fueron derrotados en la batalla de Consuegra (1097), donde murió el único hijo varón de El Cid, Diego Díaz.
En Valencia, la presión norteafricana favoreció una revuelta dentro de la ciudad. Los sublevados entregaron el poder al cadí ibn Yahhaf, que se avino a un compromiso con los almorávides a cambio de la ayuda de éstos para luchar contra El Cid. Las huestes de éste, sin embargo, derrotaron a sucesivas expediciones almorávides. Dentro de la ciudad, una nueva revuelta dio el poder a ibn Wayib, quien dirigió la última resistencia de Valencia, que finalmente capituló en 1094. Poco después de la entrada de El Cid en la ciudad, el cadí ibn Yahhaf fue quemado vivo en la plaza pública y la mezquita resultó transformada en catedral. Establecido ya firmemente en Valencia, se alió con Pedro I de Aragón y con Ramón Berenguer III de Barcelona con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron además con vínculos matrimoniales. Una hija de El Cid, María (doña Sol en el poema), se casó con el conde de Barcelona, y su otra hija, Cristina (la Elvira del poema), con el infante Ramiro de Navarra. Tras la muerte de El Cid, ocurrida el 10 de julio de 1099, sin un heredero masculino que hiciera posible su legado, Alfonso VI tuvo que evacuar en 1102 la ciudad de Valencia.
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