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La civilización que floreció durante más de dos siglos alrededor de la fastuosa ciudad de Tenochtitlán, considerada el centro del mundo por sus habitantes, se caracterizó por un culto que exaltaba por igual la crueldad y la belleza.El conocimiento que tenemos de la religión azteca es un complejo mosaico formado por las piezas que sobrevivieron al violento giro histórico que supuso la conquista española (1521) del imperio cuya rutilante capital era Tenochtitlán, que en aquella época tenía más de 300 000 habitantes.El término azteca fue popularizado por los investigadores del siglo XIX, especialmente Humboldt y Prescott, pero es históricamente incorrecto, ya que hace referencia a los ancestros de los moradores de Tenochtitlán. Para hablar de la civilización que floreció alrededor de esta ciudad-estado desde 1300 hasta la llegada de Hernán Cortés, sería más adecuado hablar de civilización mexica o incluso de cultura tenochta (por su localización geográfica), o bien, siguiendo patrones lingüísticos, náhuatl. Sin embargo, para entendernos mejor, utilizaremos el término azteca que, aun siendo inexacto, es el más universal.En cualquier caso, tengamos en cuenta que la cultura llamada azteca es una mezcla de elementos de los pueblos que confluyeron en Tenochtitlán durante ese período, especialmente los procedentes de los chichimecas (en concreto, el grupo llamado mexica) y, en menor medida, los de pueblos como los acolhuas, chalcas o tepanecas. Además, incorpora la herencia religiosa y ritual de civilizaciones anteriores. No olvidemos que Tenochtitlán estaba a menos de cincuenta kilómetros de la otra gran tlatocayotl ("ciudad-estado" en náhuatl) de la zona, Teotihuacán. De esta cultura anterior parecen provenir detalles importantes de la religiosidad azteca, por ejemplo, la concepción astrológica y los calendarios. O la distribución (en cuatro elementos siempre organizados en torno a un quinto) de épocas, estructuras sagradas y representaciones de dioses.Los aztecas consideraban que había habido cuatro épocas anteriores, y las llamaban "soles". La quinta -en la que ellos vivían- era la última y debía acabar con un terrible terremoto, del mismo modo que las otras habían finalizado con grandes catástrofes (lluvias de fuego, huracanes...). Cada vez que acababa una era, quedaba una sola pareja mixta que daba inicio a una nueva progenie. Los dioses, evidentemente, también intervenían en el principio y final de cada etapa, por lo cual era muy importante rendirles el culto adecuado. Los sacrificios humanos que se ofrecían en los ritos aztecas no eran más que una versión humana de los que hacían entre sí los dioses para dar nueva vida al universo.
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