• Asignatura: Historia
  • Autor: J0rg3cr
  • hace 8 años

Legado cultural de america

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Respuesta dada por: jhordanjrt22
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Desde que Cristóbal Colón arribara en 1492 a las primeras islas americanas recién descubiertas, un sinfín de plantas desconocidas e inéditos frutos se agolparon ante los arrojados descubridores a la espera de su difusión mundial.

Al margen de las riquezas económicas que aportaron el oro y la plata del Nuevo Mundo, la irrupción de esta impresionante variedad de materias primas propiciaría uno de los ejercicios de interacción económica y transculturización más trascendentales de la Historia. Patatas, maíz, pimientos, tomates, frijoles, cacahuetes, girasoles, cacao, vainilla, tabaco, quina, caucho y multitud de frutas tropicales como plátanos y piñas se incorporaron al consumo y la producción mundiales.

En suma, estas exóticas aportaciones al resto del mundo completaron la base alimentaria de sus habitantes, modificaron sus costumbres sociales y contribuyeron a transformar los procesos industriales de sus economías.

Por todo ello, sería difícil no aludir, a pesar de la escasa aceptación que existió en un principio, a la importancia alcanzada por la patata, el maíz y el tomate, una triada equiparable, en cierto modo, a la formada por el trigo, el vino y el aceite. También lo sería no mencionar el protagonismo brindado por el chocolate y el tabaco, cuya existencia pasó, por el contrario, mucho menos desapercibida por la sociedad europea del momento. Y por supuesto, la quinina y el caucho extraídos en las intrincadas selvas amazónicas y cuyas aplicaciones se revelarían con el tiempo en auténticos motores de progreso.

Procedente de las altas tierras peruanas que rodean Cuzco, la patata fue traída por los españoles en la primera mitad del siglo.

XVI más como planta ornamental que como alimento. De hecho, aunque fuesen consumidas con toda naturalidad en el Imperio inca, en el Viejo Mundo las “papas” se consideraron durante décadas insulsas y malsanas, apropiadas únicamente para alimentar a los cerdos, y no lograron superar la condición de curiosidad botánica hasta la guerra de los Treinta Años. Desde entonces, este tubérculo se convirtió en alivio alimentario de millones de europeos atenazados por las cruentas hambrunas que asolaron su continente entre los siglos XVII y XIX.

Por su parte, el maíz era el cereal más consumido en el continente americano ya que su tremenda capacidad de aclimatación permitía su cultivo desde Canadá hasta Chile. Sin él, incas, aztecas y mayas difícilmente hubieran logrado su alto grado de desarrollo cultural. Con todo, el maíz también encontró grandes reticencias para extenderse por Europa y el resto de continentes.

Para que las mazorcas de maíz alcanzaran su merecido reconocimiento habría que esperar hasta el siglo XIX, dos siglos más tarde de que se introdujera su cultivo en tierras gallegas y asturianas.

En cuanto al tomate, el éxito de esta planta solanácea, tan adaptable a toda clase de platos, estuvo precedida largamente por la belleza de sus redondos y colorados frutos.

No obstante, si su consumo como crudo aderezo en las ensaladas ya era aceptado en la España del diecisiete, como salsa no lo será hasta un siglo más tarde al acompañar a la afamada pasta napolitana. Empero, su gran popularización no se produciría hasta que Estados Unidos, paradójicamente vecino de Méjico, el país que lo había cultivado desde tiempo inmemorial, adoptara masivamente su consumo como salsa entre los siglos XIX y XX.

A diferencia de los anteriores, el chocolate, cuyo ingrediente principal es el cacao, y sobre todo, el tabaco, tuvieron una arrolladora

“Bodegón con pepinos, tomates y recipientes”, óleo de Luis Meléndez, 1774. Museo del Prado, Madrid.

y fulgurante aceptación entre los europeos, los cuales rápidamente trastocaron sus hábitos de conducta, ya fuese para modificar las relaciones sociales o reconfortar los estómagos ante la fatiga.

A su vez, el caucho se convertiría en un producto versátil, de gran utilidad práctica e indispensable en la industria automovilística. La razón radicaba en que, mezclado al calor con azufre, el blanco látex extraído del árbol de la goma se transformaba en el material resistente y flexible que mejor servía para cubrir las llantas de los primeros automóviles de mediados del diecinueve.

De igual forma, la quina se manifestó como un bien de incalculable valor cuando la ciencia, a lo largo del dieciocho, certificó en la corteza de este árbol las benéficas propiedades medicinales que permitían curar enfermedades tan temibles como la malaria o el paludismo.

Por todo lo expresado, resulta indudable que la riqueza material de la América precolombina no residía exclusivamente en el oro, la plata y las piedras preciosas albergadas en sus entrañas, sino más bien, en la generosa naturaleza que la cubría.

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