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La metafísica y sus problemas se han refugiado en el arte. Desde Cézanne, el camino emprendido por el arte contemporáneo ha consistido en la simplificación: desprenderse de todo aquello que no es esencial para situarse en lo originario, en el origen. Mientras que la crítica cultural habla de desrealización, simulacro y suplantación de la realidad y falta de inmediatez, la abstracción en el arte consiste ante todo en una búsqueda de lo originario, de lo irrepetible del ser; y, en esa medida, también en una reflexión sobre los opuestos de la metafísica: ser y apariencia, realidad y ficción, perspectiva e ilusión, presencia y representación. Lo que le importa es más bien el arco que sitúa al arte entre creación y muerte, ser y nada; que el arte sea a su modo camino de la verdad sobre el ser por encima de la experiencia subjetiva de quien contempla una obra artística.
En esa medida se puede decir que el arte de vanguardia es negación del arte; todo su empeño por superar el representacionismo —la literatura de la pintura— en las obras artísticas lleva el creciente abandono de la distinción entre forma y contenido. El arte abstracto, precisamente al no querer representar nada, es una alegoría de la creación: hace ver la nada del mundo, hacer visible la tensión entre ser y nada propia de la creación, una pura presencia sin resto de representación. La destrucción que se opera aquí es distinta de la del deconstructivismo que no lleva a nada originario. Sólo el arte abstracto realiza la tarea que Heidegger consideró ineludible, recuperando para nuestra época la sensibilidad para el origen, para lo primordial, lo originario.
En esa medida se puede decir que el arte de vanguardia es negación del arte; todo su empeño por superar el representacionismo —la literatura de la pintura— en las obras artísticas lleva el creciente abandono de la distinción entre forma y contenido. El arte abstracto, precisamente al no querer representar nada, es una alegoría de la creación: hace ver la nada del mundo, hacer visible la tensión entre ser y nada propia de la creación, una pura presencia sin resto de representación. La destrucción que se opera aquí es distinta de la del deconstructivismo que no lleva a nada originario. Sólo el arte abstracto realiza la tarea que Heidegger consideró ineludible, recuperando para nuestra época la sensibilidad para el origen, para lo primordial, lo originario.
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