• Asignatura: Historia
  • Autor: GaliLu
  • hace 9 años

Características del romanticismo y del barroco

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Respuesta dada por: melanynicolconotbdvu
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arroco y romanticismo (dos ensayos)

Mariano Baquero Goyanes






Introducción

Según la conocida teoría de las constantes históricas, el Romanticismo vendría a ser una especie de resurrección del Barroco, tras el período neoclásico. El movimiento pendular Clasicismo-Barroco quedaría así determinado con un ejemplo significativo.

Pero a nadie se le oculta la excesiva simplicidad -y convencionalismo- de esta construcción. Ligar el fenómeno romántico al fenómeno barroco puede resultar expresivo y esclarecedor, siempre que no se desorbite tal aproximación. Pues junto al recuento de semejanzas entre uno y otro estilo, cabría situar el de reveladoras diferencias, entre las que se ha señalado alguna tan capital como la distinta actitud religiosa del hombre barroco y del hombre romántico.

De todas formas, parece evidente que entre el Barroco y el Romanticismo existen las suficientes afinidades para que, a despecho de las aún más importantes diferencias, pueda establecerse un paralelo entre ambos estilos, por lo menos en el concreto campo de la literatura.

Y así, alguna vez se ha hablado de cómo el paisaje literario barroco y el romántico se asemejan en contener una naturaleza distinta de la del paisaje neoclásico. Donde hay jardines en éste -es decir, una naturaleza geometrizada y recortada- hay en los paisajes barrocos y románticos bosques salvajes, vegetación indomeñable, frente a la que el hombre parece desaparecer o empequeñecerse1.

El paisaje serrano de la primera Soledad de Góngora semeja llenarlo todo, hasta un punto tal, que el ser humano casi se ha disuelto en él, pasando a ser un elemento decorativo más. El monólogo de Segismundo, la dolorida voz del hombre en toda su miseria, su desnudez y su orgullo, necesita de un fondo de naturaleza peñascosa y abrupta. Una naturaleza tan salvaje como la que rodea a otro gran solitario barroco, el Andrenio del Criticóngracianesco.

Cuando Saint-Pierre -nítidamente prerromántico- o Chateaubriand buscan escenarios adecuados para sus novelas amorosas y pasionales, acuden a exóticas islas, a lejanos paisajes de vegetación densa, no tocada aún por la mano del hombre. Y un personaje tan atormentado y tan calderoniano como el D. Álvaro del Duque de Rivas. necesitará -al igual que Segismundo- de una naturaleza áspera y peñascosa como marco para su espectacular muerte.

Frente a la victoria del hombre sobre la naturaleza, encarnada en el jardín neoclásico -Versalles, la Granja-, he aquí nuevamente, merced al Romanticismo, el triunfo de la naturaleza sobre el hombre y sobre su obra también. Pues no otra cosa representan las ruinas tan abundantes en los paisajes románticos. Y al llegar aquí resultaría fácil establecer una semejanza más entre Barroco y Romanticismo2.

Sin embargo, creo que un mismo tema, el de las ruinas, tiene sentido distinto según se le contemple desde las perspectiva barroca o desde la romántica. En ésta las ruinas representan el triunfo de la naturaleza sobre la obra del hombre. Si éste, en el período neoclásico, pudo entrar con sus tijeras y sus medidas en los jardines, sometiéndolos a esquema y a racional estructura: ahora la naturaleza toma su revancha, y en forma de yedra, jaramago y lagartos va royendo los edificios del hombre, hasta irlos reduciendo a unos esqueletos asfixiados por el follaje, oprimidos por la vegetación triunfante.

Por el contrario, las ruinas barrocas significan no tanto el triunfo de la naturaleza sobre la obra del hombre, como el triunfo del tiempo. Claro es que una idea va unida a la otra, interpenetradas ambas. Pero de esta doble victoria, la que atrae la atención del hombre romántico es la que a la naturaleza cabe adjudicar. De ahí que las ruinas sean presentadas siempre en medio de una vegetación que va recuperando el espacio que el hombre le robó, y destrozando, asimilándosela, la efímera creación humana.

Si ahora recordamos lo que ruinas como las de Itálica sugirieron a nuestros poetas barrocos, comprobaremos que lo que en ellas veían era el paso demoledor del tiempo.

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