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El sacramento eucarístico, como memorial de la Pascua, como re – presentación de la entrega de Jesús, de su donación total por la redención de sus hermanos, se vuelve un “nudo” de símbolos, donde el trabajo del hombre y los frutos de la tierra se hacen símbolos de vida natural y eterna.
“El trabajo humano que se ejerce en la producción y en el comercio, en los servicios, es muy superior a los restantes elementos de la vida económica, pues estos últimos no tienen otro papel que el de instrumentos”.
“Pues el trabajo humano, autónomo o dirigido, procede inmediatamente de la persona, la cual marca con su impronta la materia sobre la que trabaja y la somete a su voluntad. Es para el trabajador y para su familia el medio ordinario de subsistencia por él, el hombre se une a sus hermanos y les hace un servicio, puede practicar la verdadera caridad y cooperar al perfeccionamiento de la creación divina. No sólo esto. Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la verdadera obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad sobreeminente laborando con sus propias manos en Nazareth. De aquí se deriva para cada hombre el deber de trabajar fielmente, así como el derecho al trabajo. Y es deber de la sociedad, por su parte, ayudar, según propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente. Por último, la remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual” (G.S. 67).