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Hace 50 años, un muchacho de 29 que hasta ese momento había sido titiritero, actor, poeta y vendedor de jabón Sunlight, debutaba como dramaturgo y director teatral con su obra El puente. Carlos Gorostiza sorprendió con su estreno en el mítico teatro La Máscara. Sorprendió a críticos de la época y a figuras consagradas del ambiente (Armando Discépolo, Andrés Lizarraga, Saulo Benavente, Cátulo Castillo) con una historia que recogía situaciones y lenguajes cotidianos y que proponía una reflexión sobre la injusticia y otras cuestiones trascendentes sin apelar a teorizaciones rebuscadas ni a recreaciones arqueológicas del lenguaje popular. Medio siglo después, aquel muchacho es hoy un autor a la vez consagrado y vigente, con una obra en cartel (A propósito del tiempo), otra ya escrita y aún no estrenada, una cuarta novela bastante adelantada y una carrera que incluye, además, un breve paso por la función pública como secretario de Cultura de la Nación, durante el gobierno de Alfonsín.Medio siglo después, el hombre de pelo blanco y figura elegante abre la puerta de su departamento que mira al Jardín Zoológico desde un piso 14, e invita a subir una corta escalera. Subamos a mi inconsciente, dice, refiriéndose al reducido cuarto tapizado de libros y fotos de antiguos elencos. Siempre pienso que tendría que sacarlas... hay tantos muertos queridos entre todas esas figuras...., piensa en voz alta y obliga a mirar la pared desde donde sonríen David Stivel, Armando Discépolo, Bárbara Mujica, Nélida Quiroga, Carlos Carella. Pero donde también están Juan Carlos Gené, Marilina Ross y una muchacha muy joven y muy hermosa que la cronista no reconoce ¿Es una actriz extranjera?Es Teresa, mi mujer. Ahora tiene 58 años y sigue siendo igual de hermosa.¿Y sobre El puente, los 50 años pasados desde su estreno han dejado huellas?Si hablamos del contenido, creo que es muy actual. Más: creo que se queda corto. Hoy la división de clases es más cruel, la pobreza mayor. Allí aparece la pobreza pero no la miseria. Y hoy hay miseria. Y en lo formal, en el lenguaje, ¿el texto reclama cambios?Cuando (Osvaldo) Dragún me propuso que repusiéramos El puente yo dije que sí pero con dos condiciones: que se respetara la época (la acción ocurre en 1947) y que se buscara otro director, ya que en su estreno yo la había dirigido.¿Quién decidió que fuera Daniel Marcove?Era un candidato mío. Ya había visto sus cosas, me interesa, me gusta. Porque es un problema encontrar director. Quién mejor que uno mismo para dirigir los propios textos, ¿no? -sonríe-.Algunas de sus obras han tenido directores memorables; don Armando Discépolo, por ejemplo.Claro, él montó El puente en el mismo año de mi estreno en La Máscara. Me acuerdo que con Discépolo éramos amigos y teníamos gran sintonía pero cuando él montaba mis obras se convertían en otra cosa. En mi puesta, si bien la obra tiene un diálogo naturalista, coloquial, con la escenografía de Gastón Breyer apuntábamos a otra cosa. Nada que ver con el montaje de Discépolo, que era totalmente realista.En su primera obra usted mostró un conocimiento inmediato, transparente, del habla juvenil de sectores populares. ¿Su público actual incluye también a los jóvenes?Me estimula pensar que mi obra está hoy en la currícula de los colegios secundarios. La primera vez que vinieron estudiantes a entrevistarme, porque les habían mandado estudiar mi obra, yo pensaba: Qué les voy a decir, pobres. Deben sentirse como cuando los mandan a leer El lazarillo de Tormes. Les dije que me perdonaran, que no tenía la culpa de lo que se le había ocurrido a su profesor. Pero ellos, no... me miraban raro. Se ve que les gustaba. Creo que era El pan de la locura.... y lo mismo me ha pasado con El puente. La entienden y la sienten. Y cuando yo les digo que esto es viejo, me dicen: No, esto es de hoy. Eso me conmociona. Me trae a la memoria el muchacho que yo era y que ya no soy.¿Cómo recuerda a aquel muchacho?Me enternece. Escribía por las noches y a mano, ¿sabe?, porque no tenía máquina todavía. Después me pude comprar una Hermes, chiquita. Todavía la tengo, ahí abajo, en ese estante, ¿ve? Me costó 220 pesos; 22 pesos por mes, pagaba.¿Con qué la pagaba?Trabajaba en publicidad y como viajante de comercio, vendiendo artículos de perfumería. Una noche, mi madre entró a mi habitación y me dijo: te tiene que gustar de veras. Porque me encerraba a escribir después de 8 o 9 horas en el empleo y de trabajar como actor hasta las 2 o 3 de la mañana. Tenía esa energía un tanto prepotente de la juventud. Por eso evoco con cierta comprensión a aquel muchacho. Cuando tenemos 25 años somos los más buenos, los más inteligentes.¿Frente a qué, frente a quiénes usted tenía conductas prepotentes?Este... bueno, en El puente está. Ahí aparece una rebelión hacia la diferencia de clases. Me acuerdo que un intelectual comunista, Blas Raúl Gallo, me llamó porque mi
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