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La palabra "bárbaro" es de origen griego. En la antigüedad designaba a las naciones no griegas, a las que se consideraba primitivas, incultas, atrasadas y violentas. Así pues, la oposición entre civilización y barbarie es antigua. Encuentra una nueva legitimidad en la filosofía del siglo de las luces y será heredada por la izquierda. Según el diccionario francés Petit Robert, el término "barbarie" tiene dos significados diferentes, pero relacionados: "ausencia de civilización" y "crueldad del bárbaro". La historia del siglo xx nos obliga a disociar esas dos acepciones y a reflexionar sobre el concepto –aparentemente contradictorio, pero en realidad perfectamente coherente– de "barbarie civilizada".
¿En qué consiste el "proceso civilizador"? Como bien lo demostrara Norbert Elias, uno de sus aspectos más relevantes es que la violencia ya no es ejercida de manera espontánea, irracional y emocional por los individuos, sino que es monopolizada y centralizada por el Estado, específicamente por las fuerzas armadas y por la policía. Gracias al proceso civilizador, se controlan las emociones, la vida social es pacificada y la coerción física se concentra en manos del poder político.[1] De lo que Elias parece no haberse percatado es del reverso de esta brillante moneda: el formidable potencial de violencia acumulado por el Estado. Inspirado en una filosofía optimista del progreso, llegaba a escribir todavía en 1939:
Comparada con el furor del combatiente abisinio [...] o con el de las tribus de la época de las grandes migraciones, la agresividad de las naciones más belicosas del mundo civilizado parece moderada [...]; sólo manifiesta su fuerza brutal y sin límites como ensoñación, y en algunos estallidos que nosotros calificamos como ‘patológicos’".[2]