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Los cultivos indígenas y las plantas y ganados traídos de Europa permitieron el desarrollo de una variada actividad agrícola en América.
Las grandes civilizaciones que florecieron en las áreas mesoamericana y andina, no sólo habían resuelto exitosamente los problemas de subsistencia alimentaria, sino además habían creado ingeniosos y eficientes sistemas agrícolas. Las chinampas aztecas o las terrazas de cultivo andinas, utilizadas aún hoy en día, son un claro ejemplo del aprovechamiento racional de los recursos que proporcionaba el suelo americano. El transcurso del tiempo es testigo de la armónica relación que los nativos establecieron entre sus sistemas de producción y el medio ecológico.
La América indígena aportó al mundo numerosas especies vegetales domesticadas. Estas constituyeron el 17% de los cultivos que se consumían entonces en todo el orbe. Entre ellas se pueden destacar: el maíz -base alimenticia de los indígenas-, la papa, los frijoles, el cacao, la mandioca o yuca, el tabaco, la coca, los tomates, el maní y numerosas frutas tropicales (piña, chirimoya, mango, entre otras).
Los europeos, por su parte, introdujeron los cultivos de cereales, leguminosas, diversas hortalizas, la vid, el olivo, la caña de azúcar y algunas especias, muchas de ellas de origen asiático. Asimismo, los animales que acompañaron a los conquistadores españoles se reprodujeron y dispersaron rápidamente por todo el territorio americano. Caballos, cerdos, vacas, ovejas y aves de corral comenzaron a pulular en todo asentamiento humano, incluso indígena.
Como bien señala Manuel Lucena Salmoral, "Iberoamérica reunió en su territorio toda la experiencia humana en la domesticación de plantas alimenticias e industriales: las autóctonas y las procedentes del mundo euroasiático-africano. Las culturas del trigo, del arroz y del maíz se encontraron en suelo americano y caminaron juntas desde entonces, para beneficio de toda la humanidad".
Estas singulares condiciones de la América española incidieron en una producción agrícola muy variada de región en región.
En un comienzo los conquistadores españoles menospreciaron la agricultura, volcándose principalmente hacia la minería. Sin embargo, los centros mineros no podían subsistir sin agricultura y ganadería, pues debían resolver los problemas de alimentación y transporte. Así, en torno a las explotaciones mineras tempranamente se establecieron haciendas y estancias, cuya producción de trigo, carne de puerco y res, mulas, maíz, cueros y sebo se dirigió a satisfacer las necesidades de la población minera.
A lo largo de los siglos XVII y sobre todo XVIII, la agricultura se transformó en la actividad económica más importante en América. Ello se debió principalmente al crecimiento de la población, con el consiguiente aumento de la demanda de alimentos; a la valorización social que otorgaba la posesión de la tierra; y al establecimiento de numerosas haciendas y estancias en territorios que antes no se destacaban por su productividad.
Los factores climáticos y geográficos determinaron el desarrollo de ciertas zonas que se especializaron en el cultivo de algunas plantas o en la crianza de ganado mayor. De esta manera, en las Antillas sobresalían las plantaciones de la caña de azúcar y la ganadería. Nueva España y Centroamérica se destacaron por el tabaco, cacao, trigo, seda, azúcar, algodón, añil y la grana o cochinilla. En el norte de México prosperó la ganadería extensa, al igual que en Venezuela, tierra del chocolate.
El Nuevo Reino de Granada y la Audiencia de Quito aportaron cacao, tabaco e índigo, mientras la región peruana contó con azúcar, trigo, maíz, coca y vides. Paraguay se hizo famoso por sus maderas y la hierba mate. En el extremo sur, en el Río de la Plata se desarrollaron la ganadería y la producción de trigo, en tanto Chile exportaba trigo, cebo y cordobanes.
Es importante señalar que las comarcas agrícolas se dedicaron más a la satisfacción de las necesidades del mercado interno, que a la exportación hacia la metrópoli. España, en virtud del monopolio comercial que ejercía sobre sus colonias, no fomentó el cultivo masivo de aquellos productos que podían competir con los que se producían en la península. Sí hubo un importante comercio exterior representado por el azúcar, algodón, café, cacao, vainilla, tabaco y añil que se cultivaron industrialmente.