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Si bien los trasplantes se han convertido en una práctica habitual, aún persisten fuertes temores en la población para donar órganos. Lograr su superación es la clave para aumentar el número de los dadores solidarios que hacen falta para salvar miles de vidas.
Las razones que dificultan la decisión de ser donante son múltiples. En muchos casos, arraigan en convicciones religiosas, morales o filosóficas que cuestionan la donación. En otros, se fundan en el temor a la existencia de traficantes de órganos o en la desconfianza en el sistema de salud, ya que se cree que alguien podría ser "víctima" de una práctica médica irresponsable para obtener sus órganos. También hay personas que no pueden sentirse solidarios en un momento doloroso por la muerte de un ser querido, que es cuando se les solicita que consientan la donación de órganos para prolongarle la vida a otro ser humano.
Es preciso, entonces, que se aclaren algunas cuestiones. Primero, que la complejidad del procedimiento de ablación y trasplante, en el que intervienen varios equipos médicos altamente especializados, torna muy improbable la existencia de "circuitos clandestinos". Segundo, que la necesaria compatibilidad entre donante y receptor también aleja la posibilidad de manipulaciones que pudieran derivar en "muertes a pedido”. La última cuestión es la más compleja porque aunque alguien haya manifestado expresamente su voluntad de donar, es la familia a la que se consulta para que se lleve a cabo la donación. Y tal consulta llega en un momento crucial, en general poco propicio para las reflexiones profundas, máxime si tienen que llevar a la toma de una decisión rápida.
Cuando esté vigente el consentimiento presunto previsto en la ley, que implica que sólo deba manifestarse expresamente la negativa a donar, muchos de estos problemas se evitarán. Mientras tanto, las campañas públicas deben esclarecer sobre la naturaleza de los procedimientos técnicos para disipar "fantasmas", pero esencialmente deben propiciar la toma de conciencia de lo que significa salvar otra vida. Porque para decidirlo en un momento límite es necesario que la idea se haya considerado y discutido previamente, con calma y en profundidad. Nadie está exento de que la vida a salvar pueda ser la propia o la de un ser querido. Por eso debería destacarse que es más fácil lamentar no haber consentido una donación a tiempo que arrepentirse por haberlo hecho.