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En esta lección inaugural no pretendo recurrir al fácil camino de exaltar aún más los sentimientos de rechazo hacia la corrupción, pues discursos de esta índole resultan, en el fondo, poco útiles. A lo que apunto, más bien, es a definir claramente lo que caracteriza a aquellos comportamientos que catalogamos de corruptos, así como a establecer su real alcance, de manera tal que resulte posible plantear una estrategia de lucha que tenga visos de alcanzar ciertos niveles de éxito. No se trata de seguir diciendo ¡qué mala que es la corrupción!, sino de proponer mecanismos claros para poder hacerle de manera solvente.
Definición¿Qué es corrupción? Aristóteles oponía la corrupción a la generación, señalando que “hay generación cuando el cambio culmina en materia perceptible, y que hay corrupción cuando culmina en materia imperceptible”. La corrupción es absoluta –continúa el estagirita– “cuando algo llega a lo imperceptible, al no-ente”. Aun cuando las afirmaciones de Aristóteles se hicieran en el marco de la biología natural, no hay duda que su planteamiento conceptual resulta sumamente útil para ir develando el sentido de la corrupción. La idea central es que la corrupción niega la esencia a las cosas, es decir, las desnaturaliza. En consecuencia, y para usar un ejemplo proveniente del ámbito más sensible a la corrupción, un político corrupto no sería un mal político, sino, más bien, un no-político.
Sin negarle validez a la definición de corrupción que se acaba de hacer, está claro que quedarnos en esta primera aproximación conceptual nos daría un panorama aún muy difuso, pues toda falta de correspondencia con lo esencialmente debido devendría en corrupción. Por esta razón, resulta necesario acotar aún más el objeto de análisis, para lo cual resulta pertinente precisar que no se trata aquí de abordar la corrupción de cualquier ente, sino la de las personas. En este sentido, lo que hay que determinar es cómo tiene lugar la negación de la esencia de las personas que permite calificarlas de corruptas.