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El Antiguo Testamento no es un libro de cuentos y novelas ni una simple colección de vidas de santos, es un libro de la historia de un pueblo con todas sus virtudes y miserias, pero esa historia está reescrita de forma que sirva no para nuestra información, sino para nuestra formación, nuestro crecimiento espiritual, para que aprendamos, y esa reescritura tuvo lugar principalmente durante el Exilio en Babilonia.
La lección bíblica más magistral sobre el sentido del sufrimiento la encontramos, no en el libro de Job, sino en el exilio babilónico, donde aparece en el marco de la crisis, crisis de un pueblo que sirve también de modelo a la crisis personal.
Tras la muerte de Salomón su reino fue dividido en dos: al sur el Reino de Judá, formado por las tribus de Judá y Benjamín (los judíos), y al norte el Reino de Israel, formado por el resto de las tribus. Con el tiempo el pueblo cayó una y otra vez en la idolatría, hasta que Yahvé, no pudiéndolo soportar más, decide castigarles como única manera de ayudarles.
En torno al año 722 a.C., los asirios del rey Sargón conquistan el reino de Israel y los hebreos del norte son deportados a Asiria. El reino de Judá aguanta 135 años más, pero finalmente cae en manos de los babilonios, quienes también los deportan y arrasan Jerusalén y el Templo. Ya todo el Pueblo Elegido, nort ey sur, está en el exilio, pero si tenemos dos exilios diferentes, también tenemos dos maneras diferentes de reaccionar ante un mismo hecho: una lleva a la destrucción, la otra a la redención.
Los antiguos hebreos consideraban que sólo en el Templo de Jerusalén se podía adorar a Dios. Allí, los sacerdotes eran los encargados del culto, el pueblo no podía relacionarse directamente con Dios y se limitaba a entregar a los sacerdotes las ofrendas para que ellos hicieran el sacrificio. Era una religión alejada del pueblo. Y al perder el Templo, se quedaron sin la posibilidad de relacionarse con Dios, ni siquiera indirectamente.
La lección bíblica más magistral sobre el sentido del sufrimiento la encontramos, no en el libro de Job, sino en el exilio babilónico, donde aparece en el marco de la crisis, crisis de un pueblo que sirve también de modelo a la crisis personal.
Tras la muerte de Salomón su reino fue dividido en dos: al sur el Reino de Judá, formado por las tribus de Judá y Benjamín (los judíos), y al norte el Reino de Israel, formado por el resto de las tribus. Con el tiempo el pueblo cayó una y otra vez en la idolatría, hasta que Yahvé, no pudiéndolo soportar más, decide castigarles como única manera de ayudarles.
En torno al año 722 a.C., los asirios del rey Sargón conquistan el reino de Israel y los hebreos del norte son deportados a Asiria. El reino de Judá aguanta 135 años más, pero finalmente cae en manos de los babilonios, quienes también los deportan y arrasan Jerusalén y el Templo. Ya todo el Pueblo Elegido, nort ey sur, está en el exilio, pero si tenemos dos exilios diferentes, también tenemos dos maneras diferentes de reaccionar ante un mismo hecho: una lleva a la destrucción, la otra a la redención.
Los antiguos hebreos consideraban que sólo en el Templo de Jerusalén se podía adorar a Dios. Allí, los sacerdotes eran los encargados del culto, el pueblo no podía relacionarse directamente con Dios y se limitaba a entregar a los sacerdotes las ofrendas para que ellos hicieran el sacrificio. Era una religión alejada del pueblo. Y al perder el Templo, se quedaron sin la posibilidad de relacionarse con Dios, ni siquiera indirectamente.
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