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En la institución jurídica romana por la que un hombre se confiaba como ''cliente'' a otro, este así pasaba a ser su ''patrono''. En la antigua Roma, se trataba comúnmente con individuos de familias aristocráticas que acogían a personas libres, de escasos recursos económicos. Sin embargo, con el progreso del sistema esclavista en la sociedad romana una buena parte de los clientes estaba formada por los libertos, que, automáticamente, al ser manumitidos adquirían esta condición. El cliente entraba en la familia (en sentido laxo, el amplio conjunto de cosas y personas con vínculos jurídicos o de sangre comunes, que estaban bajo la autoridad del paterfamilias, jefe de la misma, incluidos los esclavos y libertos) y participaba en los sacrificios religiosos que ésta realizaba. Debía al patrono prestaciones personales y monetarias en caso de necesidad, ayuda en su vida política y privada, y respeto, que se manifestaba, entre otras cosas, si ambos residían en la misma ciudad, en una visita matutina para saludarle, en la que normalmente recibía repartos de alimentos o de dinero. El patrono estaba obligado a prestar a su clientela protección en todos los aspectos, especialmente en el jurídico.
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