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Con el afán de controlar el comercio con las colonias, España mantuvo pocos puertos abiertos para el comercio, e implemento un monopolio comercial, ya que prohibió a sus posesiones americanas comerciar con otras naciones. Todos los años partían flotas de España al Caribe; al llegar allí, sus rutas se dividían. Una ruta se dirigía al puerto de Veracruz, en Nueva España, desde donde las mercaderías se distribuían por todo el virreinato.
La otra llegaba a Panamá, donde se conectaba con la ruta del Pacífico, cuyo centro era el puerto de El Callao -muy cerca de Lima- en el Virreinato del Perú. Todos los puertos fuera de estas dos rutas estaban, teóricamente, cerrados al comercio legal español. Una consecuencia de esto, importante para la historia del Caribe y del Río de la Plata, fue el contrabando o comercio ilegal, por medio del cual una cierta cantidad de plata se escapaba del control español.
Tenían un itinerario muy preciso; por lo general viajaban desde Cádiz al istmo de Panamá. Desembarcaban sus mercaderías en Portobello, las pasaban a lomo de muía por el istmo hasta la ciudad de Panamá, llegaban al Pacífico, las volvían a cargar en otros navíos y entonces, después de pasar frente a Guayaquil, desembarcaban en el puerto del Callao, a poca distancia de Lima. Allí las mercaderías eran descargadas nuevamente, cargadas en muías y distribuidas en diversos puntos del Perú o del Alto Perú.
Era un camino larguísimo, y en consecuencia el valor de venta de las mercaderías era muy alto, ya que se le iban agregando los gastos del viaje. Pero ese era el único sistema que había encontrado España para defenderse de los ataques de los corsarios, sobre todo ingleses: no dejar que navíos sueltos transportaran mercaderías, sino despacharla en convoyes de puerto a puerto por el Atlántico norte.
El sistema elegido significaba también que España no tenía en cuenta ningún otro punto que no fueran los puertos privilegiados de Cuba o del istmo de Panamá. Por lo tanto el de Buenos Aires, en el Atlántico sur, estaba totalmente marginado y recibía solamente a los llamados navíos de registro, autorizados especialmente a razón de uno por año, o uno cada dos años. Hubo incluso lustros durante los cuales ningún navío de registro llegó desde España.
Los porteños de aquella época padecían necesidades. No tenían ninguno de los elementos que necesitaban para sobrevivir y no podían fabricarlos en una ciudad y un paisaje como el de Buenos Aires, donde el tipo de producción que se podía realizar era muy escaso. Todavía no tenían ni el hábito ni la técnica para explotar los recursos que les brindaba la enorme pampa a cuya vera estaban situados. Así fue como los porteños empezaron a vivir del contrabando. Era la única forma de sobrevivir.
El contrabando llegaba sobre todo de Brasil. Sucede que (justamente al fundarse Buenos Aires) Felipe II, por un problema dinástico bastante complicado, anexó la corona portuguesa a la española y se convirtió en rey de Portugal también, aunque las dos coronas se mantuvieron separadas. Los portugueses aprovecharon las ventajas de esta suerte de doble ciudadanía e intentaron comerciar con Buenos Aires.
Ese intercambio, sin embargo, era ilegal, porque no se componía de navíos de registro autorizados, sino de buques que, cargados con las mercaderías que Buenos Aires necesitaba desesperadamente, se introducían por cualquier lugar de la enorme costa del Río de la Plata o del Paraná.
El contrabando significa la presencia de las potencias europeas no españolas en el territorio americano, por lo que España ya no era la autoridad suprema en ese territorio.
ya que durante la colonia, muchos comerciantes holandeses, ingleses y franceses se acercaban a las costas americanas para comerciar.
No sólo significa una pérdida de poder por parte de España, sino que también el contrabando significa corrupción. El comercio ilegal no sucedía en las regiones marginales, sino que existía en las regiones centrales. Entonces, es evidente, que la nobleza colonial estaba relacionada con el contrabando y lo desarrollaba, siendo corrupta para con la Corona.