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En la experiencia cubana de desarrollo económico en estos cincuenta años, aunque algunos indicadores coincidan con los de los países de reciente industrialización, o con los de algunos países subdesarrollados que han avanzado en los últimos decenios, se constata la estrecha vinculación entre desarrollo económico y beneficio social, desde los primeros años de la Revolución. Cuba incorpora de forma explícita el mejoramiento social a su política económica, y hace de él la razón fundamental de todos sus esfuerzos de desarrollo1, aun cuando no siempre han sido satisfactorios los resultados económicos a que ha aspirado en sus distintas etapas.
Las tareas económicas del gobierno cubano à partir de 1959 se concentraron en transformar la herencia recibida que incluía la dependencia de los Estados Unidos, una estructura económica predominantemente agrícola y extensiva, con carácter muy abierto, el desempleo y subempleo permanentes, y, en fin, todas las características de un país monoproductor y monoexportador.