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Las dificultades que atraviesa la cultura se palpan en todo el país. Por ejemplo, hace dos años el Instituto Colombiano de Ballet Clásico (Incolballet), con sede en Cali, estuvo a punto de desaparecer después de la salida de su directora, Gloria Castro, y de un retraso de seis meses en el desembolso del presupuesto departamental. Hace dos meses, Conchita Penilla di Meo, quien dirigió la primera Feria del Pacífico en una ciudad huérfana de eventos editoriales, hizo público su retiro de la feria por considerar que un grupo empresarial privado estaba promoviendo otra en contravía de su idea inicial. Hoy no se sabe si Cali tendrá o no feria. Además, se hizo pública una protesta por el cambio de sede y la mala gestión del Festival Petronio Álvarez, y por la posible demolición del Hotel Aristi, un patrimonio arquitectónico de la ciudad.
Así mismo, a mediados de 2015, el gremio editorial de Barranquilla manifestó su descontento frente a la forma en la que la Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo de la ciudad había escogido a los miembros del Consejo Distrital de Literatura, por considerarlos poco idóneos para asumir esa responsabilidad.
Medellín también vivió un episodio similar cuando Sergio Restrepo, director del Teatro Pablo Tobón Uribe, lideró una protesta pacífica en la que los teatreros de la ciudad reclamaron por una disminución del 14 por ciento –de 2015 a 2016– en el presupuesto que Mincultura tenía destinado para el funcionamiento de las salas concertadas.
Todas esas polémicas, más allá de su naturaleza, complejidad y casuística, permiten hacer una reflexión más profunda sobre la importancia del papel de la cultura en el momento histórico que vive el país, justo cuando trata de entender y asimilar lo que significa la convivencia pacífica, la tolerancia y la construcción de paz. (Vea: "En Colombia se cree que la cultura y no un derecho": Germán Rey)
¿Hay recursos?
Lo primero que llama la atención es lo económico. Según el gobierno nacional, la cultura y el arte serán determinantes en el posconflicto y la reconciliación, pero eso no se ve reflejado en su inversión, ni en la promoción de un diálogo nacional en el que intervengan los miles de actores del sector. Aunque la educación pasó a ocupar el primer lugar presupuestal, la cultura siguió siendo la cenicienta de los rubros. Mientras que la cartera de Defensa recibió 30 billones de pesos, a la de Cultura solo se le asignaron 335.438 millones de pesos. Es decir, el Mindefensa gasta en cuatro días la misma cantidad del presupuesto que la cultura recibe para un año.
Más allá del dinero, algunas voces consideran que si bien el ministerio del ramo debe garantizar los fondos para la subsistencia de las propuestas culturales en todo el país, hay mucho por hacer en la gestión y la administración de esos recursos que, en su mayoría, están en manos de particulares. “La cultura no depende solo del bolsillo”, dice Gonzalo Castellanos, gestor y asesor en políticas culturales de varios países de América Latina, quien sostiene que no es suficiente contar con garantías presupuestales para ejecutar proyectos, mientras los gestores culturales no hagan bien su trabajo. Como ocurrió, según la ministra de Cultura, Mariana Garcés, con el Festival Iberoamericano de Teatro, al que el Estado le ha girado en estos cuatro años 14.000 millones de pesos, y ahora ha saltado a la palestra a raíz de que transfirió un dinero público a una cuenta del festival que estaba embargada, lo que deja muchas dudas sobre el manejo del certamen.