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En los primeros años de la década de los años 90, ¨en muchos países de América Latina se creía firmemente que el problema de la deuda externa había sido resuelto. Si bien la deuda no había desaparecido, al menos había pasado a un segundo plano¨[2]. Se hablaba con excesivo optimismos del fin de la crisis económica, dado que la región, entre 1990 a 1994, América Latina experimentó un crecimiento de sus economías y una reducción de la inflación, en medio de un importante reflujo de capitales.
La CEPAL, en 1992, señaló que “de continuar y generalizarse esta tendencia entre los países de la región, se superaría un elemento central de la crisis de la deuda: el paralizante peso de las transferencias netas negativas y su efecto adverso sobre el desarrollo regional”[3].
Una buena parte de los países que habían caído ¨en mora¨ establecieron mecanismos para cumplir con alguna regularidad el servicio de su deuda y con ello se revirtió el proceso de amplia acumulación de atrasos. ¨La CEPAL esgrimía como otro elemento probatorio de la tesis central, de que habíamos llegado al fin de la crisis de la deuda, el hecho de que desde principios de la década de los noventa siguieron atenuándose progresivamente los indicadores del peso de la deuda¨[4].
Con la utilización de los mecanismos planteados por el Plan Brady se dio por sentado que la solución de la crisis era simplemente técnica, con lo que se plantearon con más fuerza, los neoliberales ajustes estructurales de las economías que buscaban la apertura y la liberalización de las economías, reduciendo al mínimo la intervención del Estado dejando toda la dinámica económica en manos del mercado.
Esta posición optimista de la CEPAL tuvo en 1995, un fuerte ¨desencuentro¨ con la realidad. La crisis mexicana y sus secuelas, conocidas como el “efecto tequila” mostraron el exagerado optimismo y la inviabilidad de las propuestas y. La elevada proporción del servicio de la deuda, la concentración del reflujo de capitales en pocos países y las sumamente modestas tasas de crecimiento que se mantenían en la mayoría de economías de la región, mostraron la imprudencia de precipitarse a sacar conclusiones sobre la supuesta superación de la crisis de la deuda.
Una vez que se superó el “efecto tequila”, retornó a la economía latinoamericana cierta “normalidad” ¨Esta situación, no obstante, duraría poco. Desde mediados de 1997 comenzaron a llegar noticias fragmentadas de una crisis lejana, inentendible. En el sudeste asiático, aquellos países utilizados repetidamente como modelo para el desarrollo de América Latina entraron en una franca descomposición financiera. Japón, uno de los colosos de la economía mundial, no lograba reactivar su economía desde principios de la década y tampoco encontraba respuesta a la crisis regional(…) Rusia cayó sorpresivamente en una acelerada espiral recesiva y los temblores financieros empezaron a sacudir a economías aparentemente sólidas como la brasileña, argentina, peruana, colombiana, chilena (…) y más aún cuando se empezó a hablar abiertamente de una depresión global. Sólo entonces América Latina parece haber cobrado conciencia de su actual situación, con un resurgimiento de sus viejos problemas, entre ellos la deuda externa,¨ 5
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lhn-
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