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Narrada bajo el esquema de una historia entre otra historia, con el recurso de la remembranza de episodios íntimos, sucedidos en un tiempo pasado y lejano, la novela El primer amor del escritor ruso Iván Turguéniev (1819-1883), publicada en 1860 y ahora el número setenta y ocho de Libro al viento, plantea uno de los más reconocidos convencimientos populares: que el primer amor nunca se olvida. Lugar común sentimental de corte romántico que, además de compartir una naturaleza semejante a la de los traumas imborrables, arrastra dichas, confusiones y desventuras compulsivas para quienes protagonizan, como principiantes, las emociones del mundo.
Guiado por la certeza narrativa de buscar en la creación de personajes el cimiento fundamental de toda novela, Iván Turguéniev echará mano de la voz y las palabras escritas directamente por Vladímir Petróvich, protagonista de El primer amor, para reforzar el hecho de que a esta convicción generalizada sobre el enamoramiento la acompaña, y agudiza, el principio de que al sumergirse en ese momento fantástico se tiene también por primera vez conciencia de la vida. Así, el lector se encontrará con una clásica novela de iniciación, donde el tema es también el descubrimiento de uno mismo, de la llamada conciencia personal. Más allá de los estereotipos que haya adoptado a lo largo de la historia la idea del “primer amor”, Turguéniev revela que se trata
de un mecanismo vital, desconcertante e inevitable, que reacomoda en su llegada el espacio y el tiempo de los días de cualquiera. Por otro lado, y sean cuales sean las secuelas que haya dejado esta experiencia, con sus autoengaños y resultados futuros, Turguéniev también le propone al lector que el origen del primer amor se asocia a los años de una juventud temprana; territorio donde se supone –entre tantas otras cosas- que aún no se cuenta con el léxico suficiente para nombrar de manera precisa los sobresaltos, o, mejor, los tormentos mentales y físicos que suscitan los enamoramientos. De ahí que el amante en ciernes Vladímir Petróvich recurra, de forma constante, al lenguaje de los adjetivos imprecisos, de las inseguridades poéticas o las fantasías líricas cuando trata de revelar a sus interlocutores el objeto y sujeto de su ilusión: la hermosa Zinaída Alexándrovna. Al fin y al cabo se trata de espejismos nuevos que no se parecen a nada que Petróvich haya conocido hasta el día, maravilloso y al mismo tiempo fatal, cuando Zinaída se cruza por su existencia. Fantasías de las que ignora el significado y el orden secreto que las anima. Con seguridad, de ahí nace el deseo por pensar, sin aprehensiones, que esta primera pasión la comparte con la persona indicada, la única entre la multitud, y en cuya presencia ningún detalle del mundo cotidiano parece fuera de lugar. Basada en una difícil experiencia autobiográfica, y considerada por Turguéniev su novela “más querida”, El primer amor tiene también como parte de sus cimientos dramáticos y narrativos una de las rutas más tenaces a la hora de dilucidar los enigmas del romance primerizo e inocente: el apasionamiento de Vladímir Petróvich desde la sombra o el anonimato, que es, a un mismo tiempo, el apasionamiento desde el silencio amargo de un monólogo no correspondido, pues ese otro ser, Zinaída, el único que posee la clave de su fortuna presente y, tal vez, futura, ya tiene otro “primer amor” a quien entregarse.
La revelación final del anónimo, como bien encontrará el lector de Libro al viento, le abrirá a Vladímir Petróvich abismos tan ininteligibles y novedosos como el sentido de su amor, desordenándole la mente, enfriándole un poco el corazón y obligándolo a vivir en una urgencia íntima que sólo tendrá respuesta y descanso con el paso del tiempo; con la llegada de ese día último, inevitable como el primero de su aparición, en el que el deseo y los desvelos por la voz, las miradas y el cuerpo de ese primer amor, se disuelvan entra las otras sombras de la memoria.
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