Respuestas
Cuando murió Jesús en el año 30, existía una estructura política cimentada sobre las bases de una religión politeísta, que comprendía todo el entorno de la cuenca del Mediterráneo, y se llamaba Imperio Romano; se trataba de una institución político-militar y socio-cultural, con una extensión de tres millones de kilómetros cuadrados, cuyos límites eran: el Océano Atlántico por el oeste, las regiones montañosas del norte de África y las Provincias de Egipto por el sur; la desembocadura del Rhin y del Danubio por el noroeste; el Asia Menor, Siria y Palestina. Contaba con certeza no menos de 55 ó 60 millones de habitantes. En medio, se hallaba Roma, como centro en torno al cual giraba toda la vida del Imperio Romano, una institución que a primera vista parecía indestructible.
“Estos dos primeros siglos de la era cristiana fueron verdaderamente para Roma la edad de oro de sus destinos. Fue la hora de las grandes realizaciones, de los genios y de las obras maestras, la hora en que, sucesivamente ciertos grupos humanos se presentaron ante el mundo como testigos y como guías. Pero estos tiempos regios duraron poco: entre cien y doscientos años por termino medio, pasados los cuales ya no quedó sino el declive hacia el ineluctable abismo al que la historia arroja confundidos a las dominaciones y a los seres. El Alto Imperio fue para Roma un momento fugaz de plenitud, de poder y de orgullo.
Durante estos dos primeros siglos el Imperio Romano daba una asombrosa impresión de solidez. Y no porque no hubiera fallos. El primero, el de las guerras; las hubo en Germania, en Bretania, en el Danubio y en Dacia, o en Oriente contra los Partos o contra los judíos sublevados; ningún reinado las ignoró. Pero se quedaban en la periferia; no comprometían más que unos efectivos limitados, ni hacían intervenir a la masa profunda de los que vivían a la sombra de las águilas romanas. No fueron, por otra parte, guerras de extensión o de conquistas; tendieron a tomar posiciones más seguras o necesarios desquites. Fueron, en definitiva, guerras sin “daños de guerra”.
El Imperio Romano creó, sin procurarlo, para el naciente cristianismo un contexto socio-cultural que contribuyó a su expansión inicial; es decir, favoreció la llamada “Paz romana” que concedió a los cristianos unas oportunidades muy importantes para su expansión y su arraigo en la sociedad romana.