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Se fue al cementerio aquel paradigma del Banco Mundial que existe una relación automática entre el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Además, el mercado ha demostrado que no es sabio y la evidencia empírica en mi país también ha demostrado que el Estado no goza de la omnipresencia de Dios, o sea que no puede estar en todas partes. Aunque la moral nos enseña a que el hijo debe respetar al padre y a la madre, el mercado en Nicaragua ha irrespetado al Estado desde que se introdujo en Nicaragua el Consenso de Washington. Y el mercado es hijo del Estado.
El actual modelo económico de Nicaragua, impulsado por el Fondo Monetario Internacional en mi país a partir del año de 1990, continúa basado en el Consenso de Washington, el cual consiste en dos decálogos que han sido declarados como un fracaso mundial por los líderes de los países con economías avanzadas a raíz de la crisis financiera internacional que surgió en Wall Street en septiembre de 2008, sencillamente porque el mercado libre se transformó en un mercado libertino.
Los datos oficiales de la economía nicaragüense en el período 1994-2009 muestran que el volumen de las importaciones se expande casi el doble de lo que aumenta la producción interna; la demanda interna, o sea el consumo y la inversión, aumenta menos que la producción y está muy descuidada porque el crecimiento de la economía es arrastrado por comportamiento del volumen de las exportaciones, el cual es casi tres veces mayor que el de la producción. Cabe recordar que el 40% de la inversión pública heredada por el gobierno del Ing. Enrique Bolaños al gobierno del Sr. Daniel Ortega consistía en el pago de una importante planilla de asesores y consultores remunerados con recursos de la cooperación internacional. Por lo tanto, es fácil de entender el reclamo de los nicaragüenses, afectados en gran forma por el desempleo global y la pobreza, de que la microeconomía está muy mal, a pesar que los servidores públicos informan frecuentemente que la macroeconomía está muy bien, o sea que están muy estables el tipo de cambio y la baja presión inflacionaria.