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No es de desconocimiento general el ingente y acelerado proceso globalizador que se erige como inminente a partir de la década de los noventa. Las empresas no son más nacionales, sino que como transnacionales cumplen un rol desligado de la economía y del país en el que una vez tuvieron su génesis. Los mercados parecen estar hoy más vinculados que nunca (y cada vez más) debido al inmenso avance de las telecomunicaciones y gracias también al papel que las finanzas internacionales cumplen en el mundo.
Pero ¿puede el hecho globalizador disminuir e incluso eliminar el rol que las ventajas comparativas han cumplido en el comercio exterior? La respuesta es más certera cuando introducimos un concepto y hecho irrefutable: el desarrollo tecnológico.
La globalización no implica únicamente el establecimiento de una “aldea común” para el comercio. Sin duda la globalización también es del conocimiento y de la información. Desde la primera revolución industrial, pasando por la revolución informática y la actual revolución del conocimiento, el hombre y las sociedades han ido encontrando continuas mejoras tecnológicas que tienen incidencia tanto en la forma en la que pueden abastecerse de bienes y servicios y por ende en la calidad de vida que esto significa.
El desarrollo científico y sus aplicaciones prácticas (tecnología) de los últimos 50 años han sido de tal magnitud que igualan o superan los cambios acumulados en varios siglos. En los últimos 25 años el conocimiento de la humanidad se ha más que duplicado. El resultado inmediato (sobre todo en la producción) es que las unidades productivas logran superar los escollos que, en una época anterior, determinaban quien tenía ventaja comparativa en la producción de tal o cual cosa. Ese es ahora un privilegio común gracias al papel de la tecnología.
Podemos decir que las ventajas comparativas ceden su lugar al aparecimiento de las ventajas competitivas y afirmar que, si existe algún espacio en el que este “viejo concepto” seguirá teniendo aplicación es en el campo de la educación e innovación. Las unidades económicas que alcancen un alto desarrollo en este ámbito, tendrán entre sus manos la batuta del desarrollo y del comercio mundial.
Pero ¿puede el hecho globalizador disminuir e incluso eliminar el rol que las ventajas comparativas han cumplido en el comercio exterior? La respuesta es más certera cuando introducimos un concepto y hecho irrefutable: el desarrollo tecnológico.
La globalización no implica únicamente el establecimiento de una “aldea común” para el comercio. Sin duda la globalización también es del conocimiento y de la información. Desde la primera revolución industrial, pasando por la revolución informática y la actual revolución del conocimiento, el hombre y las sociedades han ido encontrando continuas mejoras tecnológicas que tienen incidencia tanto en la forma en la que pueden abastecerse de bienes y servicios y por ende en la calidad de vida que esto significa.
El desarrollo científico y sus aplicaciones prácticas (tecnología) de los últimos 50 años han sido de tal magnitud que igualan o superan los cambios acumulados en varios siglos. En los últimos 25 años el conocimiento de la humanidad se ha más que duplicado. El resultado inmediato (sobre todo en la producción) es que las unidades productivas logran superar los escollos que, en una época anterior, determinaban quien tenía ventaja comparativa en la producción de tal o cual cosa. Ese es ahora un privilegio común gracias al papel de la tecnología.
Podemos decir que las ventajas comparativas ceden su lugar al aparecimiento de las ventajas competitivas y afirmar que, si existe algún espacio en el que este “viejo concepto” seguirá teniendo aplicación es en el campo de la educación e innovación. Las unidades económicas que alcancen un alto desarrollo en este ámbito, tendrán entre sus manos la batuta del desarrollo y del comercio mundial.
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