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Generalmente, el aborto espontáneo pasa por varias etapas: primero es la amenaza de aborto, cuyos síntomas son un ligero sangrado por la vagina y ligero dolor en el útero, que se presentan antes de la semana 20. Un examen pélvico revelará si el cuello de la matriz ha comenzado a dilatarse o no. Los síntomas pueden desaparecer o progresar, en cuyo caso, si hay una hemorragia, los dolores uterinos aumentan y el cuello del útero se abre para expulsar su contenido.
El aborto inevitable puede ser completo o incompleto, dependiendo de que se expulsen o no todos los productos de la gestación. El proceso puede ser repentino, con dolor y abundante sangrado y terminar en algunas horas, o persistir durante varios días con poca pérdida de sangre.
Los abortos espontáneos que se dan al principio del embarazo tienden a ser completos, pero cuando la gestación está avanzada, es más probable que sea incompleto.
El aborto inducido es la interrupción deliberada de un embarazo por cualquier medio antes de la 20ª semana. Se llama aborto terapéutico a la terminación del embarazo antes de la 20ª semana, debido a que pone en peligro la vida o la salud de la madre, o bien porque se supone que el bebé no será normal.
El proceso en el cual el feto muere y es retenido en el útero por ocho semanas o más, se llama aborto fallido. El aborto infectado es aquel que se da por infección de los órganos genitales.
El aborto tardío suele ser producto de la debilidad del cuello del útero o de la muerte fetal debido al anudamiento del cordón umbilical. Los tumores uterinos pueden provocar el aborto debido a que aumentan la irritabilidad del útero o por crear un medio desfavorable para el crecimiento del embrión. Se ha determinado que el daño físico a la madre (como caídas, golpes, etc.) sólo es el factor causal en uno de cada mil abortos.