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Don Bernardo, un anciano agricultor de Campeche, ya no podía con las tareas del campo. Desde joven había sido labrador y se había agotado en largas jornadas sin descanso. Con el fruto de su trabajo apenas había logrado construir una casita, donde vivía con Lola, su mujer. En el último año había sembrado apenas algunos cultivos para el alimento cotidiano y sus tierras se veían secas y vacías. Sin embargo, ambos eran muy felices allí y amaban su pequeño mundo, veían el amanecer y el atardecer, cortaban flores silvestres, andaban despacito e iban a un pozo donde se filtraba el agua más pura y deliciosa del mundo. Una mañana vieron llegar a unos de a caballo. Al frente venía el poderoso cacique de la hacienda cercana que cada vez agrandaba más su propiedad. “¿Qué se le ofrece Don?” preguntó don Bernardo.
El cacique le explicó: “Ya reporté al gobierno que su tierra está inútil y vengo a tomar posesión de ella. Ustedes los viejos ya no tienen nada que hacer.” “¡No es justo” replicó el anciano. Cuando doña Lola quiso intervenir, el cacique la interrumpió: “Esto es cosa de hombres”. Por la tarde él y su esposa fueron a ver al presidente municipal. Éste, que se había puesto de acuerdo con el cacique, confirmó la decisión. “Así es. Tienen dos días para dejar libre el terreno.” Cuando llegaron a casa, don Bernardo estaba llorando. “No te agüites, viejo” dijo su mujer, mientras acomodaba en la mesa de la cocina unos cigarrillos, un tarro de miel, un rollo de galletas, un plato con jícama picada y una jarra con agua de horchata. “¿A quién invitaste?”, preguntó don Bernardo. “Vámonos a dormir” le respondió ella. Al día siguiente, cuando despertó, se asomó por la ventana para ver sus tierras por última vez antes de empacar. El terreno era ahora un vergel lleno de flores y árboles con fruta lista para cortar.
Su esposa se acercó a la ventana y lo rodeó con su abrazo. “¡Ay vieja, necesito lentes!” comentó don Bernardo. “No mi amor, lo que estás viendo es la purita realidad”. “¿Y quién hizo todo esto?” preguntó. “Fueron los aluxes” respondió ella. Doña Lola le explicó que los aluxes son miles de duendes indígenas que viven en la selva maya. Salen a jugar a la luz de la luna, chapotean en el agua y ríen con voz cantarina. Si alguna persona los trata mal, le hacen la vida de cuadritos. Pero si los trata bien, le conceden sus deseos. Ellos habían sembrado la milpa de don Bernardo. Cuando el cacique llegó a tomar posesión, supo que ya nada podía hacer; el plantío de don Bernardo era el más bonito de todos. Sin decir palabra regresó a la hacienda. Nunca encontró la paz, los traviesos aluxes no lo dejan dormir: noche tras noche tiran piedritas contra sus ventanas, saltan sobre las teclas del piano y le jalan las cobijas.
Respuesta:
Érase una vez en Cádiz un edificio público histórico (de la época de Carlos III) que había sido hospicio, manicomio, escuela...
La Diputación Provincial, titular del edificio, en una maniobra de dudosa legalidad -pues el edificio fué donado "al pueblo de Cádiz"- lo vendió a una empresa hotelera (Zaragoza Urbana S.A) para la construcción de un hotel de lujo.
Font: Fernando de la Riva en Memorias de un futuro imperfecto
Dicha empresa solo hizo un pequeño pago a cuenta de lo acordado, y al cabo de poco tiempo renunció a construir aquel hotel y declaró su intención de reintegrar la propiedad del edificio a la Diputación, cosa que no llegó a hacer nunca.
Total, que -entre pitos y flautas- desde hacía 10 años el Hospicio Valcarcel estaba abandonado y en plena degradación.
Entonces, un grupo de muchachos y muchachas -con ayuda de otras gentes más "talluditas"- ocuparon el edificio abandonado.
Lo primero que hicieron fué limpiarlo de escombros y de toda la porquería acumulada en tantos años en los que las palomas habían hecho suyo aquél lugar.
Luego pusieron en marcha un amplio programa de actividades gratuitas y abiertas para la ciudadanía: una ludoteca, una biblioteca, salas de reuniones, espacios para asociaciones y colectivos ciudadanos, talleres y cursos de temáticas muy variadas, salas de ensayo para grupos populares de Carnaval, grupos de refuerzo escolar, proyecciones de cine, recitales de música y poesía, charlas y conferencias...
Aquel "Valcarcel Recuperado" se organizaba mediante una asamblea y distintos grupos abiertos que se repartían las tareas informativas, de limpieza, de coordinación de las actividades, etc.
Por supuesto, no todo fueron luces, también hubieron sombras, malos rollos, conflictos... como en cualquier proyecto humano colectivo, como corresponde en cualquier escuela de participación ciudadana que se precie, en la que siempre se aprende más de los errores que de los aciertos.
Pero un día, después de casi siete meses, los poderes públicos, con la complicidad de aquella empresa que había dejado abandonado el edificio y de los jueces, decidieron desalojarlo, con el pretexto de "velar por la seguridad de las personas" que participaban en las actividades. Aunque podemos sospechar -porque las condiciones de seguridad habían sido acreditadas por personas expertas- que lo que no soportaban es que aquellas gentes y aquella experiencia de participación pusieran en evidencia, día tras día, su abandono del patrimonio público y de los intereses de la ciudadanía, su ineficacia en la creación de alternativas para el ocio y la cultura popular, su incapacidad para poner en marcha procesos de participación tan vivos y auténticos como aquél.
Asi que echaron mano de la policía -mucha mucha policía- para acabar con la experiencia, desalojar el edificio, clausurar sus puertas y ventanas, y devolverlo al abandono.
Y, colorín colorado... ¿este cuento se ha acabado?