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Aquel 25 de julio de 1533, cuando el Inca Atahualpa fue ejecutado en Cajamarca, dicen que Pizarro lloró su muerte. Lo cierto es que el cadáver del último emperador Inca desapareció pocos días después de ser enterrado en la iglesia de dicha localidad. Es uno de los episodios más misteriosos y crueles de la historia de Hispanoamérica. Por un lado, el rastro del cadáver de Atahualpa se desvanece en la selva cuando sus súbditos se lo llevaron para momificarlo y enterrarlo junto a un inmenso tesoro, según la leyenda. Por otro lado, esa tumba ha sido uno de los lugares más buscados durante cinco siglos por los cazatesoros.
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