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A medida que se aproximaba el primer milenio de la Cristiandad, la situación de la Iglesia parecía empeorar por momento. El Islam crecía sin que nadie pareciera ponerle freno y la apostasía dentro de los cristianos era notoria.
Un siglo más tarde, la Iglesia Ortodoxa se separaría de la Iglesia de Roma y el Cristianismo parecía abocado a desaparecer o paganizarse.
La reforma benedictina parecía tan lejana, que cuando Guillermo I, duque de Aquitania propuso al Papa fundar un monasterio en sus dominios en el año 914, la noticia no era más que una pequeña anécdota en la Cristiandad.
Guillermo exigió que la pequeña comunidad de doce frailes siguiera la antigua regla benedictina y tuviera la capacidad de elegir a su abad.
El primer abad del joven monasterio de Cluny fue Bernón. La visión de Bernón y sobre todo de su sucesor Odon, fue renovar el orden monástico, llevando a los benedictinos a los antiguos preceptos de su fundador, pero unida a la vieja regla, Odon iba a introducir algunas ideas nuevas y revolucionarias.
Odon veía la necesidad de crear una élite intelectual que terminara con los desmanes supersticiosos de la iglesia de su época. Cluny quería convertirse en algo más que una simple abadía benedictina, y el resto de monasterios que deseaba adscribirse a Cluny lo hacían como miembros de la congregación, delegando la elección de los priores a la propia Cluny.
La visión de Cluny hundía sus raíces en la vida consagrada de sus miembros, pero con un rito y un ascetismo señorial. Esto se veía reflejado en dos cosas: la primera era la consagración de los monjes a las tareas “espirituales” en exclusividad y la separación de los monasterios de su influencia señorial y feudal. La segunda consistía en que Cluny se sometía únicamente al Papa, lo que conseguía en cierto modo cierta independencia del poder secular, que durante casi 700 años había dominado la Iglesia.
La orden se propagó por toda Europa. La autonomía de Cluny terminó por conseguir en parte la libertad de Roma, que ya no dependía tanto de los favores de reyes, nobles o el emperador.
Frente a la reforma de Cluny, grandilocuente y de carácter señorial, otra rama de los benedictinos fundó Citeaux, que quería volver a la sencillez evangélica.
La gran figura de este movimiento fue Bernardo de Claraval.
Citeaux desechó la forma feudal de Cluny y apostó por un sistema más democrático y participativo. Citeaux terminaría por formar la Orden del Cister, que contribuyó a re cristianizar zonas de Europa y crear nuevas ciudades en las zonas fronterizas del continente.
Cluny y el Cister contribuyeron, en muchos sentidos, a mantener viva la llama del Cristianismo, a pesar de sus muchas contradicciones y diferencias, pero su constancia daría paso siglos más tarde a las órdenes mendicantes, que volverían a revolucionar el Cristianismo.
Un siglo más tarde, la Iglesia Ortodoxa se separaría de la Iglesia de Roma y el Cristianismo parecía abocado a desaparecer o paganizarse.
La reforma benedictina parecía tan lejana, que cuando Guillermo I, duque de Aquitania propuso al Papa fundar un monasterio en sus dominios en el año 914, la noticia no era más que una pequeña anécdota en la Cristiandad.
Guillermo exigió que la pequeña comunidad de doce frailes siguiera la antigua regla benedictina y tuviera la capacidad de elegir a su abad.
El primer abad del joven monasterio de Cluny fue Bernón. La visión de Bernón y sobre todo de su sucesor Odon, fue renovar el orden monástico, llevando a los benedictinos a los antiguos preceptos de su fundador, pero unida a la vieja regla, Odon iba a introducir algunas ideas nuevas y revolucionarias.
Odon veía la necesidad de crear una élite intelectual que terminara con los desmanes supersticiosos de la iglesia de su época. Cluny quería convertirse en algo más que una simple abadía benedictina, y el resto de monasterios que deseaba adscribirse a Cluny lo hacían como miembros de la congregación, delegando la elección de los priores a la propia Cluny.
La visión de Cluny hundía sus raíces en la vida consagrada de sus miembros, pero con un rito y un ascetismo señorial. Esto se veía reflejado en dos cosas: la primera era la consagración de los monjes a las tareas “espirituales” en exclusividad y la separación de los monasterios de su influencia señorial y feudal. La segunda consistía en que Cluny se sometía únicamente al Papa, lo que conseguía en cierto modo cierta independencia del poder secular, que durante casi 700 años había dominado la Iglesia.
La orden se propagó por toda Europa. La autonomía de Cluny terminó por conseguir en parte la libertad de Roma, que ya no dependía tanto de los favores de reyes, nobles o el emperador.
Frente a la reforma de Cluny, grandilocuente y de carácter señorial, otra rama de los benedictinos fundó Citeaux, que quería volver a la sencillez evangélica.
La gran figura de este movimiento fue Bernardo de Claraval.
Citeaux desechó la forma feudal de Cluny y apostó por un sistema más democrático y participativo. Citeaux terminaría por formar la Orden del Cister, que contribuyó a re cristianizar zonas de Europa y crear nuevas ciudades en las zonas fronterizas del continente.
Cluny y el Cister contribuyeron, en muchos sentidos, a mantener viva la llama del Cristianismo, a pesar de sus muchas contradicciones y diferencias, pero su constancia daría paso siglos más tarde a las órdenes mendicantes, que volverían a revolucionar el Cristianismo.
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