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Máximo vivía en una cueva de una gran montaña en la parte más alta del hemisferio norte, que por ser del norte siempre hacía mucho frío, y la nieve apenas se derretía.
Quizás por ello, Máximo estaba tan aclimatado y contento en su hogar, ya que con el fuego que expulsaba cuando bostezaba por las mañanas, calentaba la cueva y los alrededores hasta que volvía a bostezar antes de irse a dormir, de manera que conseguía una temperatura muy agradable a lo largo de todo el día.
Su misión en el planeta era vigilar que la nieve siguiera en su punto de dureza y temperatura, para que el deshielo que había habido en otras décadas no terminara con el ecosistema de la zona, y como consecuencia, de parte del mundo. Así que el único fuego que debía salir de sus fauces era el de la mañana y la noche, y siempre orientándolo hacia dentro de la cueva.