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Poppy era un cerdito muy muy tímido al que le costaba salir por la pradera, saludar a sus vecinos e incluso molestar a sus hermanos para jugar. Se sentía diferente porque todo el mundo animal le señalaba por ser un cerdito delgado.
Poppy tenía unas patas muy finas, un lomo estrecho, orejas pequeñas y su piel era de un color rosa muy intenso. Su mamá no entendía por qué Poppy era diferente de sus otros hermanos, pero lo quería mucho igual que a los demás, por supuesto.
Poppy, además, era un cerdito que comía muy bien, le encantaba la fruta que se encontraba en el suelo como las naranjas, las cerezas, los higos o las castañas. Todo lo que era verde le fascinaba.
Un día que jugaba solo correteando entre los árboles chocó con uno de ellos al tropezar con una bellota grande que aparecía entre la tierra.
-¡Ay! -chilló el árbol.
-¡Lo siento! -dijo Poppy tímidamente.
-¿A dónde ibas sin mirar?
-No me riñas, he tropezado sin querer.
El árbol que vio a Poppy tan tímido y temblando le dijo:
-Disculpa, no quería darte miedo, es que me has pisado las raíces. ¿Qué te pasa?
-A mi nada. ¿Cómo te llamas? Es que soy así todo me da miedo porque soy diferente.
-¿Diferente? ¿Eres un cerdito, no?
-Sí, pero ya me ve.
-No te entiendo.
-Un cerdito rosa, muy rosa y delgado ¿Conoces a alguno como yo?
-Sí.
-¿Sí?
Poppy abrió los ojos y luego se puso a dar vueltas sobre si mismo sin parar.
-Claro, más allá del bosque hay cerditos como tú -dijo el árbol riéndose.
-¡Anda! Así que no soy diferente.
-Claro que no, así que deja de temblar vuelve a tu casa y disfruta de lo que te rodea que nadie tiene por que verte diferente.
-Genial. Gracias por la noticia árbol. Volveré a verte pero sin pisarte.
-Muy bien -contesto el árbol.
Poppy se despidió con un fuerte abrazo en el tronco y se fue correteando moviendo su trasero rosado y su pequeño rabito. Cuando llegó donde estaban sus hermanos y vecinos grito a todos la noticia. Su madre cerdita sonrío para sí misma y supo que a nadie le importaba si había otros cerditos como Poppy lo importante es que él ya se aceptaba.
Poppy tenía unas patas muy finas, un lomo estrecho, orejas pequeñas y su piel era de un color rosa muy intenso. Su mamá no entendía por qué Poppy era diferente de sus otros hermanos, pero lo quería mucho igual que a los demás, por supuesto.
Poppy, además, era un cerdito que comía muy bien, le encantaba la fruta que se encontraba en el suelo como las naranjas, las cerezas, los higos o las castañas. Todo lo que era verde le fascinaba.
Un día que jugaba solo correteando entre los árboles chocó con uno de ellos al tropezar con una bellota grande que aparecía entre la tierra.
-¡Ay! -chilló el árbol.
-¡Lo siento! -dijo Poppy tímidamente.
-¿A dónde ibas sin mirar?
-No me riñas, he tropezado sin querer.
El árbol que vio a Poppy tan tímido y temblando le dijo:
-Disculpa, no quería darte miedo, es que me has pisado las raíces. ¿Qué te pasa?
-A mi nada. ¿Cómo te llamas? Es que soy así todo me da miedo porque soy diferente.
-¿Diferente? ¿Eres un cerdito, no?
-Sí, pero ya me ve.
-No te entiendo.
-Un cerdito rosa, muy rosa y delgado ¿Conoces a alguno como yo?
-Sí.
-¿Sí?
Poppy abrió los ojos y luego se puso a dar vueltas sobre si mismo sin parar.
-Claro, más allá del bosque hay cerditos como tú -dijo el árbol riéndose.
-¡Anda! Así que no soy diferente.
-Claro que no, así que deja de temblar vuelve a tu casa y disfruta de lo que te rodea que nadie tiene por que verte diferente.
-Genial. Gracias por la noticia árbol. Volveré a verte pero sin pisarte.
-Muy bien -contesto el árbol.
Poppy se despidió con un fuerte abrazo en el tronco y se fue correteando moviendo su trasero rosado y su pequeño rabito. Cuando llegó donde estaban sus hermanos y vecinos grito a todos la noticia. Su madre cerdita sonrío para sí misma y supo que a nadie le importaba si había otros cerditos como Poppy lo importante es que él ya se aceptaba.
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