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Los colectivistas creen que la humanidad se ha dejado gobernar durante demasiado tiempo y que es hora de la auténtica emancipación; el mal no estriba en una forma u otra de gobierno, sino en el mismo principio gubernamental. Para Bakunin, una vez destruido el poder político, el Estado y todo gobierno, debe ser sustituido por la organización de las fuerzas productivas y de los servicios económicos para la completa emancipación de los trabajadores y de su libre organización social. Si el Estado organiza la sociedad de arriba abajo, el fin de la dominación y la libre organización de la vida propiciará que se haga de abajo arriba sustituyendo los gobiernos y parlamentos por la libre unión de trabajadores agrícolas e industriales, federados a nivel regional y nacional, con la aspiración de que se logre finalmente la fraternidad universal con el fin definitivo de todos los poderes políticos a nivel mundial.
Uno de los seguidores del colectivismo anarquista de Bakunin fue Ricardo Mella, el cual expresó, en torno a la llegada ya del siglo XX, la confusión reinante entre socialistas autoritarios (comunistas) y antiautoritarios (colectivistas). Sin embargo, puede considerarse que Mella extiende el principio colectivista todo lo posible, de tal manera que, al margen de corrientes dentro del anarquismo, lo identifica con el libre contrato para regular la producción y la distribución; estas, gracias a las grandes federaciones de producción, no serían producto del azar, sino resultado de "la combinación de las fuerzas y de las indicaciones de la estadísticas". Por lo tanto, más allá del lema "a cada uno según sus obras", los individuos y los grupos resolverán el problema de la distribución gracias a "convenios, libremente consentidos conforme a sus tendencias, necesidades y estado de desenvolvimiento social". Tal y como lo entiende Mella el llamado "anarquismo sin adjetivos" es producto del mismo principio colectivista. En la polémica entre la escuela comunista y la colectivista dentro del anarquismo, Mella apostaba por no simplificar en exceso y buscar los puntos en común para tratar de concertar la vida social sin planes de antemano; era necesaria superar todo exclusivismo doctrinal y aceptar un programa lo suficientemente amplio para superar todas las divergencias, las cuales surgen sobre todo en torno al problema de la producción y la distribución de la riqueza.
Los lemas, tipo "a cada uno según su esfuerzo" o "a cada uno según sus necesidades" son muy fáciles de proclamar, no lo es tanto explicar cómo se llevará a la práctica sin perjuicio para nadie o cómo se pretende contentar a todo el mundo. La propaganda anarquista consiste en hacer ver a la gente que todo se realizará conforme a "la voluntad de los asociados en cada momento y en cada lugar"; para Mella, consecuentemente, la propagación de la idea anarquista debe ser antidogmática y antiautoritaria. Si se pretende la autonomía de individuos y grupos, sistematizarla es contradictorio; en un contexto de libertad, no puede haber coerción para adoptar un determinado sistema de convivencia social ni una dirección uniforme en la producción y en la distribución de la riqueza. El anarquismo, o "socialismo anarquista", nombre con el que Mella aglutinaba todas las escuelas, debe identificarse con "el principio de la cooperación libre, fundada en la igualdad de medios, sin que sea necesario ir más lejos en las consecuencias prácticas de la idea". Por supuesto, debe ayudarse de toda investigación en la búsqueda de esa organización del disfrute para todo, pero sin exclusivismo doctrinal ni coerción alguna de antemano; la anarquía no puede identificarse con un sistema cerrado e invariable, sujeto a reglas predeterminadas. Ricardo Mella confiaba en que el futuro de la humanidad se desenvolviera conforme al principio general de la posesión colectiva de la riqueza con el resultado, gracias a la libre cooperación, de métodos diversos de producción, distribución y consumo.