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Los zoológicos y acuarios cumplen un papel muy importante en la conservación de la diversidad. En estos recintos se realizan tareas de investigación científica, programas de cría en cautividad para repoblaciones o mantenimiento de especímenes silvestres, se permite al público conocer a animales que habitan tierras lejanas (ya sabéis, para querer conservar, hay que conocer, y en esto los zoológicos son grandes aliados). La guía “El parque zoológico, un nuevo aliado de la biodiversidad“, de la Fundación Biodiversidad y el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, es una herramienta fenomenal para explicar estos detalles.
Sin embargo, yo no puedo dejar de pensar en los zoológicos como en centros de reclusión de animales salvajes. Existe normativa que obliga a los zoológicos a tener unas condiciones de vida óptimas (Directiva 1999/22/CE, Ley 31/2003, Ley 42/2007 o Real Decreto 1333/2006, por nombrar solo algunas), pero aún así, por muy logrado que esté el “hábitat” artificial, no puedo evitarlo. Me asaltan miles de preguntas: ¿cómo ha llegado este animal hasta acá? ¿Cómo fue capturado? ¿O habrá nacido ya en un centro de cautiverio? ¿Estaremos esquilmando el medio natural con la loable intención de llenar los zoológicos para poder repoblar cuando no haya suficientes especímenes salvajes? Las cruzas que se están haciendo, ¿asegurarán la variabilidad genética, imprescindible para la viabilidad de una especie? Y esto si pienso en grandes zoológicos como Faunia o acuarios como el Oceanografic de Valencia. Porque en otros lugares con menos recursos, la situación es aún peor: jaulas de 2 metros cuadrados, comida insuficiente, necesidades básicas a duras penas cubiertas.