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La insurrección fue una constante mundial en la historia del siglo y su gran referente, la Revolución Rusa de 1917. En Europa el viejo mundo se desintegraba (como los imperios al finalizar la I Guerra Mundial) y la alternativa de un nuevo sistema que trajera cambios era más que una expectativa, una necesidad.Nadie imaginaba que la revolución iniciada en Petrogrado la noche del 25 de octubre por los rebeldes que tomaron el Palacio de Invierno sería duradera.Pero la Revolución Bolchevique liderada por Vladimir Lenin, basada en la teoría revolucionaria de Karl Marx sobre la transformación de la sociedad y la lucha de clases (en la que inevitablemente triunfará el proletariado), sobrevivió. El portentoso proyecto leninista no sólo buscaba instaurar el socialismo en Rusia, sino llevar a cabo la revolución proletaria mundial.Un mundo sin desigualdades, sin injusticia y sin opresión. La idea fue una fenomenal inyección de fuerza para los soviéticos, que, dada la magnitud de la tarea, aceptaron un partido fuertemente centralizado y disciplinado, además de dar enormes dosis de sacrificio y entrega permanentes exigidos por sus dirigentes.Para el resto del mundo la existencia de la URSS fue la prueba irrefutable de que la utopía revolucionaria era realizable. Una ola de cuestionamientos al orden establecido, de rebeldía contra la autoridad y de deseo de cambio se dispersó por el planeta. Los ideales de solidaridad entre los pueblos y la igualdad económica atrajeron a millones de personas.El 1 de octubre de 1949, el siglo conoció la segunda gran revolución. Después de 22 años de lucha guerrillera, iniciada en 1927 en las montañas de Jinggang, Mao Tse Tung proclamó oficialmente en Beijing la República Popular China. Los comunistas triunfaron sobre los nacionalistas del Kuomintang, que quedaron acantonados en la isla de Taiwán. Aunque con las décadas siguieron rumbos diferentes, ambas revoluciones buscaron un camino alternativo al capitalismo occidental.Paradójicamente estas revoluciones, cimentadas en la movilización popular, generaron lo opuesto: el culto a la personalidad del líder. La fe en la grandeza de los ideales y de la propia potencia se reflejó en la monumentalidad arquitectónica, en los megadesfiles militares. Al mismo tiempo, pioneros de un mundo futuro y víctimas del enemigo capitalista, sus pueblos crecieron en el secreto, la teoría conspirativa y la vigilia permanente. En China, como en la URSS, la propaganda, es decir, la posibilidad ilimitada de inculcar en las masas una ideología que las transforme, era un pilar fundamental del sistema.El 1 de enero de 1959 es la hora de América latina. El control de la isla por los guerrilleros liderados por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara y la huida del dictador Fulgencio Batista sellaron el triunfo de la Revolución Cubana. En 1961, Castro proclamó sus convicciones marxistas leninistas y el carácter socialista de la revolución. Muchos creyeron que el capitalismo tenía los días contados. La URSS era una superpotencia; un tercio del mundo vivía en Estados derivados de la revolución bolchevique, y Cuba se convertía en un modelo a seguir para América latina. A fines de los 70, dice Eric Hosbaum, se podían contar con los dedos de las manos los países que no habían pasado por alguna combinación revolucionaria o de liberación.La táctica guerrillera teorizada por Mao pero utilizada por España contra Napoleón en el XIX (de ahí su nombre en español), se convirtió en un factor político militar decisivo en nuestro siglo.
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