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Un día como hoy, en los mismos barcos, llegaron la cruz y la espada, el soldado y el fraile. Después de eso, sólo fue cuestión de tiempo que el oro, la plata y toda la riqueza americana le permitieran a España extender su poderío en Europa, y a la Iglesia extender su poder sobre gran parte del continente recién encontrado. Eran tiempos en que la Corona y la Iglesia eran casi la misma cosa. Se era español y católico al mismo tiempo. Las guerras se hacían por el rey y por Dios.
En 1992, Juan Pablo II pidió perdón en nombre de la Iglesia a los pueblos indígenas. Reconoció, así, que muchos miembros de la Iglesia fueron cómplices de la tremenda mezcla de fuerza, crueldad, estupidez y avaricia que condujo a su exterminio. El pontífice polaco aseguró que el 12 de octubre de 1492 los habitantes originarios de América comenzaron a experimentar "la humillación a manos del mal".
"El que lleva a Cristo"
Cristóbal Colón y su tozudez en encontrar una ruta más corta hacia la India iniciaron esta extraordinaria y a la vez penosa historia.
Cristóbal significa "el que lleva a Cristo". Por eso, dijeron que era cosa del destino que fuera él y no otro el de la aventura de "dar oro a España y conversos a Roma".
Colón siempre creyó que había nacido para "pasear triunfante la fe de un extremo al otro de la tierra". En su Libro de las Profecías, en 1511, afirmó que la ruta que eligió le fue dictada por Dios. Soñaba con que las riquezas de América se invirtieran en la conquista del Santo Sepulcro.
En un mundo donde los fundamentos del derecho eran religiosos, el único título que Fernando e Isabel tenían sobre las "Indias occidentales" eran cuatro bulas emitidas en 1493 por el papa español Alejandro VI, que asignaban a España la misión de expandir la fe católica a lo largo y ancho de América.
Colón significa "colonizador". Así que, haciendo honor a su apellido, a él le tocó en suerte fundar las dos primeras colonias europeas en el Nuevo Mundo. Estas rápidamente quedaron en la nada, pero pronto se fundaron otras y otras y otras.
La colonización política, cultural, económica y religiosa continuó a pasos agigantados. Se sumaron otras potencias europeas, y la escalada colonizadora no se detuvo más. Pero no fue una experiencia feliz para los colonizados, para los pueblos originarios, porque pronto fueron convertidos en millones de vidas desechables.
Cruzada contra el indio
Los nativos no tardaron en darse cuenta de que esos extraños visitantes eran una asociación de explotadores, esclavistas y violadores. Que eran gente hostil, no amigos. Es que los invasores pronto mostraron sus verdaderas intenciones: conseguir oro.
Cuando aparecían en algún lugar, reunían a todos los aborígenes para leerles un texto titulado "Los requisitos". Obviamente, los indios no entendían nada. Pero el protocolo mandaba que dicho texto fuera leído en alta voz. "Dios hizo el cielo y la tierra, y una pareja humana, Adán y Eva, de la que todos descendemos, y dejó a San Pedro para que fuese superior del linaje humano", decía el escrito. Aclaraba que el referido sucesor de San Pedro vivía en Roma, y lo llamaban Papa. Seguía diciendo que ese sumo sacerdote había donado todas las Indias a los reyes de Castilla, a través de determinadas escrituras que "podéis ver si quisiéredes".
Añadía que otros señores enviados por la Corona española ya habían sido recibidos por indígenas de otras regiones y habían permitido su adoctrinamiento. Terminaba con una terrible amenaza, en caso de que la presencia española no fuese aceptada: "Certifícoos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y manera que yo pudiere, y vos sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de sus Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé".
El texto hacía recaer en los aborígenes la responsabilidad de lo que ocurriera a partir de ese momento. "Y protesto que las muertes y daños que de ella se recrecieren sean de vuestra culpa, y no de Su Alteza, ni mía, ni de estos caballeros que conmigo vinieron".
Hatuey a la hoguera
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