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Explicación:Su fortaleza está en su territorio: petróleo, plata, maderas de selva lluviosa tropical en el sur y maderas de bosque frío y nevado en estados norteños y regiones elevadas; desiertos en el norte y abundancia de lluvias y de ríos en el centro y sur, mares cálidos para el turismo y mares fríos para la pesca, climas para todos los productos agrícolas.
Las debilidades también están a la vista: hay un trillado chiste en el cual los ángeles le preguntan al Creador si no piensa que se está excediendo al concentrar tanta magnificencia en un solo lugar, a lo que el Todopoderoso replica: es que allí voy a poner a los mexicanos. Y sí: nuestra debilidad somos nosotros mismos. No fuimos capaces de conservar el inmenso territorio heredado de España y, por fortuna para los mexicanos y descendientes de mexicanos que hoy habitan desde Texas hasta California, esas tierras pasaron a manos de quienes supieron transformar tan inmensos yermos en los estados más ricos del país más rico.
La opulencia de Texas y la de California son inimaginables bajo el dominio de México y sus obstáculos y prohibiciones. Simplemente, de un solo tajo desaparecerían los tejanos petroleros, y con ellos sus impuestos, los salarios que pagan, los impuestos de esos salarios, el consumo de esos salarios. No hay que imaginar mucho: la riqueza petrolera es la misma en Houston y Coatzacoalcos. Las diferencias están a la vista. Y así deben seguir, dice el sorpresivo dúo Bartlett-Pablo Gómez, al imponernos su extraña concepción de nacionalismo.
Con menos de la centésima parte de nuestro desierto, Israel ha levantado un país de primer mundo, exporta tecnología agrícola y de riego, compite con nuestros aguacates, investigaciones del Instituto Weissman son citadas con tanta frecuencia como las del MIT. También exporta armas de primera calidad.
España fue nuestra madre pobre hasta la muerte de Franco. Hoy nos vende autos, nos compra bancos y nos muestra los magníficos servicios de sus grandes ciudades. Barcelona es equivalente a Guadalajara, pero el transporte en la primera es comparable al de Londres o París. En la mexicana llevamos todavía la contabilidad del número mensual de muertos que produce el transporte público.
El gobernador de Jalisco y sus costosas comitivas han visitado cuanta capital les ha venido en gana, sin que veamos la aplicación de ninguna novedad aprendida. No siempre los viajes ilustran. Nos limitamos a pagarles sus pasajes en primera clase y sus taxis de a más de diez mil pesos.
35 años y seis presidentes
¿En qué se nos han ido los 35 años que nos separan del arranque español? En prohibir, en obstaculizar y, sobre todo, en pretender remediar la pobreza con dádivas productoras de popularidad, pero no de empleo. Con todo y la poca simpatía que muchos podemos tenerle al presidente Gustavo Díaz Ordaz, un reconocimiento al menos es imposible negarle: dejó al país sin deuda y encarrilado en una dirección que, de no ser por “la docena trágica” de Echeverría y López Portillo, y las indecisiones e inercias impuestas por la ideología “revolucionaria”, nos habría convertido en un socio respetable de Canadá y de Estados Unidos.
Pero cuando Corea del Sur hacía lo imposible por llevarse maquiladoras, nosotros, los entonces jóvenes dirigentes de la nueva izquierda, miramos con desprecio y por encima del hombro esa limitada aspiración: “No queremos ser un país maquilador”, respondimos y sumamos nuestro rechazo al del PRI, que tenía motivos históricos y sobre todo económicos para mantener al país aislado del mundo, impermeable a los vientos democratizadores y sordo a las críticas que nos definirían luego como la dictadura perfecta.
Los gobiernos priistas deseaban atraer inversiones sin pagar el costo en reformas al “modelo mexicano”, un modelo sustentado en el reparto paternal de prestaciones a cambio de sumisión al gobierno en turno, obreros marchando agradecidos ante el Primer Obrero de la nación, campesinos deseosos de entregar sus cosechas al gobierno protector de los precios.