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Hasta la mitad del siglo XIX, el Reino Unido practicó una política comercial particularmente proteccionista. El reino Unido superó en renta por capital a los demás países europeos, superando ampliamente a Francia y Alemania que tenían rentas per cápita similares entre sí. En 1846, la ley sobre el trigo fue abolida. Según el economista Charles Kindleberger, la abrogación de estas leyes fue motivada por un “imperialismo librecambista” destinado a “detener el avance de la industrialización del continente a través de una ampliación del mercado de productos agrícolas y de materias primas”. Ese fue por otra parte el argumento que desplegaron los principales voceros de la Anti-Corn Law League. Según el economista Friedrich List, "la prédica británica a favor del librecambio recuerda la actitud de quien, una vez en lo alto, arroja al piso la escalera para evitar que otros suban".8
Comparación del PIB per cápita nominal de Alemania, Francia, Reino Unido y Estados Unidos, durante el siglo XX, basado en World Population, GDP and Per Capita GDP, 1-2003 AD.
Hacia 1920 la renta per cápita británica fue superada por la estadounidense aunque tras la crisis de 1929, la economía norteamericana fue más afectada que la británica, pero seguía siendo la más próspera. Tras la Segunda Guerra Mundial y la pérdida progresiva de las colonias, el país retomó el rumbo como potente economía manteniendo una doble alianza que dura hasta nuestros días, no perdió su mirada económica sobre Europa, pero al mismo tiempo reforzó sus relaciones comerciales con Estados Unidos que tras el conflicto ejerce como primera potencia mundial. Este papel económico le ha permitido mantener un sólido y constante desarrollo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.
En 1960 y 1966, el Reino Unido trató de incorporarse a la CEE sin éxito, sobre todo por la oposición de Francia, hasta que en 1970 su candidatura fue admitida. En 1973, gracias a la política europeista del Primer Ministro Edward Heath, ingresó en la Comunidad Económica Europea.
Durante las décadas de los 1950s hasta los 1970s, la economía británica mantuvo un alto nivel de presencia del sector público, llegando incluso a representar entre el 35 y el 40% del total del Producto Interior Bruto. La llegada de la conservadora Margaret Thatcher al poder conllevó la aplicación de políticas liberales que redujeron el papel del Estado y reformaron el modelo del sistema de protección social. Durante su mandato de 11 años, el PIB per cápita creció un 35%, superando así a Alemania y a Francia, mientras que la inflación cayó de un 13,4% en 1979 hasta el 9,5% en 1990. Al mismo tiempo, aumentó la desigualdad de la renta. Con posterioridad, las distintas políticas han recuperado parcialmente la situación anterior a 1979, procurando conjugar una economía ágil y competitiva con unos niveles de bienestar amplios para la población.
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