Hola, buenos días me ayudanʕ´• ᴥ•̥`ʔ
Resumen del capítulo n-2 : "la discusión" de Querido hijo: ¡estás despedido!
del autor Jordi Cierra I Fabra
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Primer contacto
Miguel parpadeó un par de veces.
Luego volvió a leer la nota.
Más despacio.
Lo hizo una tercera vez.
Dirigió su mirada a la puerta.
Nada. Silencio.
Se levantó de la cama, atravesó la jungla de ropa, juguetes y demás fauna estática y alcanzó la puerta. La abrió. No se veía a nadie por el pasillo. A lo lejos, en la pequeña habitación dedicada a cuarto de planchar, vio la luz encendida. Caminó hacia allí.
Su madre estaba planchando. Tenía una montaña de ropa arrugada a un lado y dos pilas perfectamente ordenadas de prendas ya planchadas al otro, fruto de su obstinada y aplicada labor. Miguel se detuvo en el quicio.
Ella ni le miró.
Aún llevaba la hoja de papel en la mano.—Creo que está claro, ¿no? —contestó su madre.—Aquí dice que estoy… despedido.—Ajá.—Ya —sonrió.
La mujer pasó la plancha por encima de una de sus camisas. Se la había puesto el día anterior y le había durado limpia menos de veinte minutos. Hubo bronca.—Es una broma, ¿no? —congeló él la sonrisa en su rostro.—Tú mismo.—Sí, es una broma —expandió de nuevo la sonrisa.
Su madre le miró.
Fue una mirada breve, brevísima, un par de segundos a lo sumo, pero se le erizaron los pelos del cogote. No recordaba haberla visto tan seria nunca, y eso que por lo general, dos o tres veces al día, ella se ponía seria.
Más que seria.
Pero en esta ocasión era especial.
Además de seria seguía triste.—No puedes despedirme —dijo.—¿Ah, no?—No.—Pues bueno, tú mismo. Yo te lo he dicho con treinta días de antelación, como está mandado. A partir de aquí… ya no es mi problema.
Allá tú.
Si era un juego, era un juego bastante raro.—No se puede despedir a un hijo —insistió, aclarando el concepto anterior.—¿Quién dice eso?—No sé, pero…—Pues si no sabes de qué hablas, no hables.—Ya, pero es que esto no es como… como un trabajo. Al tío Elias lo despidieron porque en su empresa hicieron reju… regu…—Regulación de empleo.—Eso.
Su madre respiró con fuerza, dejó de planchar un instante y tras depositar la plancha en la rejilla lateral se cruzó de brazos.—Mira, Miguel, se acabó. No quiero discutir —le dijo—. Esto me cuesta a mí más que a ti, pero como no quiero ponerme enferma, ni que se me caiga el pelo, ni parecer una momia de cien años a los cuarenta, hay que ser egoísta. Dicen que la felicidad bien entendida empieza por uno mismo. Lo he intentado pero no he podido. Ahora se trata de que me vuelva loca en dos días o de que te vayas, y he decidido que yo no quiero volverme loca, así que te vas tú. Y con todas las de la ley.—Miguel, ya te lo he dicho: no quiero discutir más —agarró la plancha y se puso a planchar de nuevo, con todo ahínco.—¿Y dónde quieres que vaya? —preguntó él, más y más desconcertado.—No sé, allá tú.—No soy mayor de edad —dejó escapar cada vez más inquieto.—Si no estás conforme, tienes derecho a contratar a un abogado.—¿Un… abogado?—Es lo usual en estos casos. Si no puedes llevar tu propia defensa…
Pero te aseguro que lo tienes perdido.
Explicación: