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Inicialmente, el virrey Apodaca, alegando que Fernando VII no tenía libertad cuando firmó su reimplantación, intentó impedir su vigencia en América de modo que el gobierno se ejerciera según establecían las Leyes de Indias, utilizadas hasta entonces, y con independencia de España. Sin embargo, más tarde recibió órdenes concretas de la metrópoli, viéndose obligado a jurar la Constitución[2].
Esta situación creó un clima de descontento en la sociedad criolla, alarmada por los aires de libertad que llegaban desde España. La conservadora sociedad colonial, sobre todo la eclesiástica, temía que se aplicaran en México las medidas desamortizadoras y anticlericales que los liberales españoles estaban intentando poner en marcha en la Península.
Ante este cambio en la situación política de la metrópoli, los asiduos de la Profesa[3] pensaron que la única forma de evitar que la Constitución se aplicase en la Nueva España era que ésta se independizase temporalmente, mientras que Fernando VII continuase prisionero de los liberales. Parece que llegaron incluso a algún entendimiento al respecto con el virrey, pero el escaso apoyo que encontraron en uno de los sectores más fuertes del grupo español, los comerciantes de Veracruz, paralizó por el momento sus planes.
Sin embargo, a estas alturas no sólo el grupo más reaccionario de la sociedad mexicana, el que se reunía en La Profesa, deseaba la independencia; en aquellos momentos, la oligarquía criolla de la capital, así como también las élites provincianas, que se habían debatido desde 1810 entre su deseo de independencia y su miedo a una revolución social y que habían terminado por escoger mayoritariamente la tranquilidad que proporcionaba el orden establecido, vieron renacer sus aspiraciones independentistas. Por su parte, los antiguos insurgentes, derrotados y silenciados, confiaban en que las nuevas circunstancias políticas produjeran una debilitación de la autoridad de la metrópoli de la que podrían aprovecharse[4].
En este ambiente, el virrey decidió terminar definitivamente con la insurrección residual, para lo cual, en Noviembre de 1820, nombró a Itúrbide comandante del Ejército del Sur con la misión de acabar, mediante las armas o atrayéndole hacia el indulto, con Vicente Guerrero, el último jefe insurgente que continuaba resistiendo en esta parte del país.
Antes de salir de México, sondeó la opinión de la aristocracia, de los grandes propietarios de la capital, y del alto clero sobre la actitud que adoptarían ante un hipotético movimiento secesionista encabezado por él mismo, recibiendo la seguridad de que todos depositaban su confianza en é En los planes que Itúrbide fraguó al aceptar este mando, sin duda no entraba el llegar a una alianza con los insurgentes; su idea era acabar con ellos y entonces, ya sin peligro del movimiento revolucionario y social que éstos representaban, proclamar la independencia de la que él sería el único artífice y que contaría con el aplauso de la oligarquía criolla que tanto confiaba en él. Pero cuando vio que no era sencillo acabar con la insurrección popular, decidió atraerlos a su proyecto.
Para ello, a principios de Enero de 1821, escribió a Guerrero proponiéndole el indulto, que rechazó como había hecho otras veces. En vista de lo cual, en la siguiente carta le solicitaba una entrevista para tratar de los medios de trabajar de acuerdo para la felicidad del reino… Tras muchas dudas, y todavía incrédulo de que hubieran cambiado las ideas del que hasta hacía poco había sido azote de insurgentes, Guerrero aceptó entrevistarse con él en el pueblo de Acatempan (hay historiadores que niegan la entrevista, manteniendo que la relación fue tan solo epistolar). Para su sorpresa, Itúrbide le recibió con un abrazo emocionado, asegurando que no podía explicar la satisfacción que experimentó al encontrarse con un patriota que ha sostenido la noble causa de la independencia y ha sobrevivido él solo a tantos desastres, manteniendo vivo el fuego sagrado de la libertad…[5]
El Plan de Iguala despertó la unanimidad de todas las fuerzas sociales del país. Unanimidad momentánea, puesto que, evidentemente, en el momento en que se intentase poner en práctica aquella especie de panacea, se originarían todo tipo de tensiones, pero por el momento cumplió su función: sentar las bases de un acuerdo que permitió a México acceder a la independencia a través de una revolución que más se hacía por relaciones privadas y resortes políticos que por la fuerza de las armas.