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En el siglo XV, después del colapso de la sociedad medieval, que trajo consigo graves convulsiones sociales, empezó a manifestarse el desempleo en el seno de una forma de organización social que tenía muchos puntos de estrangulamiento que impedían la creación de nuevas oportunidades de trabajo. Las sociedades se llenaron de vagabundos y pordioseros, en completa miseria, que eran auxiliados por la caridad privada y la asistencia pública. La legislación isabelina en Inglaterra, con la llamada ley de pobres de 1601, trató de sistematizar la ayuda a estos desvalidos aunque con resultados insatisfactorios. Esta ley fue el antecedente remoto de la >seguridad social. Impuso una contribución a los ciudadanos en las parroquias para financiar la asistencia a los pobres.
Con el desenvolvimiento del sistema fabril que se inició a fines del siglo XVIII el desempleo se presentó ya como un fenómeno masivo. Entró a formar parte del nuevo régimen económico. Como la oferta de mano de obra procedente del campo y la de la propia ciudad eran mucho mayores que las necesidades de la naciente industria, esta descompensación devaluó el trabajo humano y, bajo un régimen jurídico de libre contratación, condenó a una porción de los trabajadores a aceptar las condiciones del patrono o morirse de hambre y, a otra, a la desocupación irremisible.
Desde entonces, con alzas y bajas, el fenómeno del desempleo ha acompañado hasta nuestros días a la sociedad industrial.
El desempleo forzoso, llamado también desocupación, paro o cesantía, es el resultado de la falta de oportunidades de trabajo en una sociedad que obliga a parte de su >población económicamente activa (PEA) al paro obligado, al subempleo o al ejercicio de actividades de >economía informal.
El desempleo puede ser de varias clases: cíclico, estacional o estructural.
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