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El respeto es algo así como un valor con presencia constante en las diferentes mediaciones entre nosotros y alguien o algo con quien o con el que entramos en contacto. Hablar de respeto activo es hablar de valores humanos e implica un reconocimiento implícito del valor de una persona o de algo.
Aquí nos vamos a referir a diferentes aspectos relacionados con el respeto a las personas, aunque es obvio que, siendo una condición humana en la relación con el mundo, alcanza a todo lo que nos rodea, a los animales y a las cosas inanimadas. Se puede y se debe respetar a un perro o a un gato, se puede y debe respetar la propiedad ajena.
Una primera pregunta básica alrededor del respeto es cómo cultivarlo hacia los demás y cómo hacerlos valer de los otros hacia nosotros. De eso vamos a hablar, de los límites, de los extremos. De los ámbitos en los que el respeto se pierde.
El respeto hacia las personas y de los demás hacia nosotros vendría a ser sano y estimulante para las relaciones cuando se sitúa en un punto medio entre dos conductas que acaban con él y lo cuestionan, lo minan. Uno de los extremos incompatibles con el respeto es el miedo. El miedo propio y el miedo inducido por otros. Sería una falta de respeto por defecto.
El miedo propio nos imposibilitaría a disponer de autoestima, a vernos capaces de superar cualquiera de las dificultades que nos rodean. El miedo actuaría como una discapacidad que nos arrebataría el respeto propio a nuestras capacidades.
Si el miedo es inducido por terceras personas sobre la base del sometimiento o la anulación de nuestros logros o de nuestras facultades, estaríamos en la misma situación, con los mismos resultados, una falta de respeto hacia nuestra persona.